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centro. Llevaba en su poder una carta dirigida a nombre de Fr. Miguel y con las señas del convento. Marcharon allí cuatro hermanos y únicamente les comunicaron que tenía una serie de fracturas. Por la mañana le intervi– nieron quirúrgicamente y constataron lesiones en la cabeza que hacían calificar su estado de muy grave. Tratamos de averiguar algo de lo ocurrido y llegamos a saber que había sido ingresado a las 23, 45 del día 22 por una pareja de la Policía Armada. Más tarde, en la comisaría, nos informaron que el accidente ha– bía ocurrido a la altura del número 21 de la calle de la Princesa. Hacia el mediodía del 23 llamó una señorita al convento identificándose como en– fermera de la Concepción y que ella era quien conducía el coche que atrope– lló a Fr. Miguel la noche anterior. Después de la intervención quirúrgim siguió agrrwfJ,nd,ose. La situa– ción se hacía cada vez más crítica. Se le presentó un edema pulmonar que le hizo estar en estado de inconsciencia, con algunos altibajos. Sufrió una larga agonía hasta el día 1O. El informe del forense después de la autopsia dio como causa de su muerte un shock post-traumático» (BOP). En el funeral, celebrado en la iglesia de San Antonio, asistieron 27 sacerdotes. Había cumplido 68 años de edad. Fr. Miguel fue un religioso piadoso y trabajador: decía que de esta manera «quería resarcir a la Orden lo que ésta había gastado con sus hermanos». Fue sencillo en su forma de practicar la observancia regular, sobresaliendo por la devoción a la Virgen: casi siempre, en la portería, se le encontraba con el rosario en la mano, incluso cuando tenía que desplazarse por las dependencias conventuales para comunicar algún aviso o llamada telefónica a los religiosos, Durante su estancia en León, alguno de los estu– diantes de teología le dijo: « Vas a gastar hasta la cadena del rosario»; a lo que él respondió: «Es mi forma de hacer apostolado». BIBLIOGRAFÍA: BOP 32 (1979) 39 s; AO 95 (1979) 112. 23

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