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pañeros, bien hubiera merecido la ordenación sacerdotal, tal como él había deseado en los primeros años de su vida religiosa. Según el testimonio de los que con él convivieron, el Hno. Daría de Renedo fue un religioso fervoroso y ejemplar, misionero excelente y valiosí– simo cooperador de los sacerdotes en el apostolado y evangelización de los indios. Durante los años que permaneció en Puerto Rico fue un trabajador eficaz y cumplidor exacto de cuantos oficios se le encomendaron. Según nota que se conserva en el Archivo Provincial, «sabía y ejercitó todos los oficios propios del hermano». Fue un compañero laborioso, afable y condescendiente, que supo, ade– más, llevar con gran paciencia las pruebas que en ocasiones se le pre– sentaron. Mientras permaneció en la parroquia de Upata fue un valiosísimo auxiliar, prudente consejero y animoso alentador de los religiosos sacerdo– tes. En expresión de alguno de ellos, era «su brazo derecho» como colabora– dor y «un arca de Noé», porque sabía trabajar en todo. En medio de sus numerosas actividades, nunca perdió su fervor ni su piedad. De carácter comunicativo y sencillo, se comportó como un digno religioso franciscano que, al intenso trabajo, a las incontables privaciones de su vida misionera y a sus propios sufrimientos supo unir siempre un profundo espíritu de oración. Así, año tras año, fue adquiriendo un cúmulo inmenso de méritos, que los hombres han podido admirar y Dios habrá querido también recompen– sar como a un «hijo predilecto» BIBLIOGRAFÍA: EV 21; BOP 19 (1966) 245-247; Cayetano 238-243; Pacífi– co 239; Veinticinco 194; VM 1 (1939) 175, 10 (1948) 246, 20 (1958) 200, 29 (1967) 50 s. 1055
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