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A las ocho de la mañana comenzaron a llegar, en masas compactas, al lugar designado para la consagración, el grandioso Estadio Olímpico, cuya gradería se fue cuajando de fieles, hasta formar, de arriba abajo una barrera apretada y compacta... Al esplendor de la fiesta contribuyó el regalo del tiempo que nos mandó Dios, cuando nadie lo esperaba; pues, a pesar de ser paso de luna, que es como decir lluvia obligada, y de haber estado diluviando hasta la misma víspera por la mañana, durante los días de la fiesta lució un sol como mandado por Dios para realzar la magnificencia de aquellos imponentes actos litúrgicos. Esta circunstancia dio motivos a la exaltación de la fe sencilla del buen pueblo deltano, de cuyos labios oímos brotar expresiones como ésta: ¿Qué le parece a usted el tiempo? Y todavía dirán algunos que Dios no existe... » Monseñor Argimiro ejerció su cargo pastoral durante treinta años. En 1985 dejó el Vicariato de Tucupita trasladándose, en 1986, a la residencia de la Florida, en Caracas. Su avanzada edad y la diabetes que padecía fueron complican– do cada vez más su estado de salud, debiendo ser internado varias veces en el hospital. A principios de noviembre de 1991 sufrió acci– dentalmente una caída que le obligó a guardar cama. Pocas sema– nas después, el día 16 de diciembre, falleció en Caracas. Había cumplido 86 años de edad. Al día siguiente se celebró un solemne funeral en la iglesia de La Chiquinquirá, siendo inmediatamente trasladado a Tucupita para ser enterrado en la catedral. El 26 de diciembre su pueblo natal, Espinosa de la Ribera, le tributó un cari– ñoso homenaje de despedida, con asistencia de los capuchinos de León, sacerdotes de la comarca, familiares y fieles de la población. Era muy conocido y estimado en la Ribera y alrededores de Cam– posagrado. Monseñor Argimiro ha sido uno de los religiosos que ha dejado huellas más profundas, siendo reconocida su labor incluso por las 1046

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