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avanzada edad de 93 años. Llevaba en nuestra Orden 68 años de profeso. Su vida fue un tejido de anécdotas, reflejo fiel, muchas de ellas, de su verdadera personalidad. Su estancia en el convento de Santa Marta en los primeros años de la década de los 70 terminó con una fuga hasta Madrid, primero a pie y luego en autostop. Llegado a la capital, su bienhechor le dio diez pesetas para que continuara su viaje en el metro hasta el convento, pues él tenía prisa y no podía llevarlo. Qy,édese con cinco -le habría dicho Fray Próspero-, pues con la mitad me basta. Cuando, por los años 30 del siglo, fue internado en un sanatorio psiquiátrico, el director de éste se percató en seguida, según confia– ha mucho después a otro religioso (1975), de que aquel capuchino no andaba tan mal de la cabeza como pensaban quienes se lo ha– bían enviado. Le nombró portero del centro y actuó a satisfacción de todos. Desempeñó en nuestras fraternidades los oficios propios de un hermano no clérigo y, con especial agrado, el oficio de portero. Vivió siempre con gran sencillez y alegría. Ésta fue, sin duda, la nota más característica de su vida: sencillo, alegre y simple, a veces hasta el extremo. En los momentos de esparcimiento y, a veces extemporáneamente, solía exteriorizar su buen humor con palabras y ademanes infantiles, que pare– cían heredados de la más antigua tradición franciscana. Tenía un carácterfranco y cristalino, animando los ratos de expansión de los religiosos con su buen humor y sus salidas originales, no exentas de picardía. Cuando alguien se cansaba o le recriminaba por sus inoportuni– dades, se daba por aludido y, sin enfado, respondía siempre con la misma frase: «bueno, hombre», y se callaba. BIBLIOGRAFÍA: AO 103 (1987) 158; BOP 37 (1984) 357; Flash, n.º 78 (1984) 33. 1007
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