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EL PROBLEMA DE LA RENOVACION DEL APOSTOLADO... 7 almas a su encuentro con Cristo en los sacramentos y concretamente en el' sacramento de la confesión, que ·para los pecadores bautizados es el signo de perdón, como para los infieles adultos lo es el bautismo, no puede ser apro– bada por los misioneros . de estilo tradicional. Sin hacer de la confesión ge– neral y de la comunión en las misiones finalidad exclusiva de la misión (cosa hace tiempo superada, si es que de hecho esto fue una realidad en las mi– siones clásicas, creo que la historia verídica nos daría datos que lo contra– dicen), no podemos excluir la confesión, la confesión~conversión, como fruto inmediato y primero de las misiones, si es verdad que la palabra de Dios debe ser preparación para el sacramento, y que las misiones deben seguir teniendo como finalidad específica la conversión. Acaso en ese eofoque de algunas misiones ha habido un exceso de optimismo y un error de visión sobre el estado de pecado de muchas almas en poblaciones tenidas por muy religiosas. Los veteranos en lides misionales, que saben de pecados en todas partes y de confesiones-recurso, seguirán relacionando el fruto de las misiones con el número de confesiones-conversión, e. d. sinceras y auténticas confesiones, que dejan las almas renacidas a la gracia en el encuentro con Cristo Salvador y en las mejores disposiciones para que la pastoral ordinaria pueda realizar su labor de hacer de la feligresía una comunidad cristiana, capaz de consa– grar su vida y el mundo en que viven. IL-ANI-IELOS DE REFORMA. ENJUICIAMIENTO DE SUS RAZONES Aparte estás dos posturas bien definidas, coh sus razones o sinrazones, .sus censuras y sus críticas, que ciertamente se· mantienen aún y se de– fienden, no se puede negar que existe hoy una inquietud general y 'una preocupación sincera por poner al día al apostolado extraordinario de las Sagradas Misiones, al ritmo del afán renovador de toda la pastoral de la Iglesia. En el "aggiornamento" que se pide hoy a la Iglesia, que la Iglesia sé ·exige a sí misma, el tema de las misiones, por su naturaleza y su impor– tancia, no podía quedar al margen ni dejar indiferentes a cuantos se intere– san por los problemas pastorales. Pero las posiciones no están fijadas. Aún andamos muy a tientas en la orientación renovadora que habrá que dar a las misiones. Es que nunca se ha dado una definición teológica de las misiones entre pueblos cristianos, ni tenemos tampoco, desgraciadamente, un libro de misiones, como ·.tenemos el libro de los Ejercicios de San Ignacio aprobado y tantas veces recomen– dádo por la Iglesia, como pauta segura de este apostolado específico. No obstante, tenemos una práctica ya multisecular, aprobada y canonizada por la Iglesia, y no sólo recomendada sino impuesta con carácter de obligación a las parroquias (c. 1349). Diría que ya es suficiente y que mientras no se nos marquen otras sendas, podemos continuar recorriendo las que pisaron

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