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12 JESUS BEUNZA DE GUERENDIAIN, O. F. M., CAP. Así se citan también los catecismos católicos con su consabida división : "Lo que hay que creer, lo que hay que cumplir, lo que hay que recibir". Pero los más fuertes ataques van dirigidos a las misiones populares, porque "dirigen todo su empeño a la conversión del hombre a las prácticas cristia– nas, con sus sermones morales que tratan de poner al hombre en frente de sus propios pecados y del juicio de Dios y de las penas eternas, y con sus instrucciones 9.ue se centran en los deberes religiosos, en la reforma de las costumbres y las obligaciones morales". No se puede negar que hay algo y mucho de verdad en todo esto, aun– que no creemos que esta orientación se pueda, coJ:J. toda verdad, denominar antropocentrismo. En lo que se refiere a las Sagradas Misiones basta hojear por ejemplo los sermones de San Leonardo de Puertomauricio para conven– cerse de que la Persona de Jesús y su obra de salvación están muy en su lugar. Todos reconocen que esta orientación moralizadora creó un género de apostolado muy apropiado para otros tiempos, como una reacción necesaria contra el protestantismo que exaltaba, en sentido exclusivista, la acción sal– vífica de Dios en Cristo (sola gracia, sola fides), .actitud que provocó las de– finiciones del Concilio Tridentino sobre la insuficiencia de la fe muerta y la obligación de los mandamientos. Estas definiciones y esta postura de] protestantismo hicieron que los predicadores y escritores católicos insistieran, ellos también .en sentido acaso demasiado exclusivista, en la necesidad y la amplitud de la cooperación del hombre en la obra de la salvación. Y así se ha continuado hasta nuestros días predicando las Sagradas Misiones, centradas en los recursos y motiva– ciones humanas, como si el hombre y el hombre individual fuera el criterio decisivo de la predicación; como si el hombre y su acción y no la gesta sal– vadora de Dios en Cristo, constituyera el punto capital, el centro de visión; como si el mensaje de salvación no hubiera de ser siempre y ante todo como fue el kerigma de los após,toles la proclamación pública de la salud de Dios en Cristo para todo hombre creyente. Este es el argumento que hoy se esgrime con más fuerza para exigir una revisión de fondo, una reforma radical de la predicación y más concre– tamente de la predicación misionera: "es preciso revalorizar y poner de re– lieve la obra salvífica de Dios, el misterio de Cristo salvador". Si en esto quedaran las afirmaciones, creo no habría nada que objetar. Pero, de hecho, los planes de misión que van apareciendo con orientación renovadora no parecen guardar el justo medio. La reacción actual tiene todos los visos de querer llevarnos al extremo contrario, al que antes se quiso evitar. Estamos conformes en que habrá que proclamar con más énfásis y pro– fundidad que en los .últimos tiempos las "magnalia Dei", la historia de la salvación, sobre todo d acontecimiento salvador de Cristo muerto y resuci– tado, habrá que ampliar la perspectiva de la misión, haciéndola más t<eocén-

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