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10 JESUS BEUNZA DE GUERENDIAIN, O. F. M., CAP. de la dimensi6n eclesial de misterio de la salvaci6n, y por otras causas que sería largo analizar. Y en este punto sí, tendremos que renovar o añadir mucho al fondo doctrinal de nuestras misiones. Creo también que la experiencia no contradice a 1~ afirmaci6n de .que las misiones bien organizadas y bien realizadas, las misiones-misiones, son el género de predicación que más número de fieles atrae. Las novenas no interesan; los sermones extraordinarios no dicen mucho al pueblo y a lo más se escuchan y se asiste a ellos por compromisos sociales. Las homilías se quieren breves por la costumbre ya muy lar.ga de misas dominicales de me– dia hora de duraci6n. Pero las misiones como los ejercicios espirituales con sus sermones y meditaciones, con sus llamadas urgentes a la conversi6n, sí interesan a nuestras. gentes, por lo mismo que tienen fe, y porque arde aún en sus conciencias, acaso envuelto en muchos pecados, el rescoldó de las esencias religiosas y la preocupaci6n por el problema de la salvaci6n. ¿No hemos visto misiones de ciudades y aun de di6cesis enteras con una asisten– cia masiva y con interés creciente día a día? Las misiones son apostolado de conversi6n. 1Y el problema que hoy se plantea es éste: ¿Conversi6n integral, según el proceso marcado por el Con– cilio de Trento desde su primera etapa que es la fe: "crecientes Redemptio– nem quae est in Christo Iesu" o conversi6n a la vida de la fe, a la práctica de las exigencias del cristianismo? Las Sagradas Misiones, que impone como un deber el derecho can6nico (c. 1349), siempre se han considerado como misiones a pueblos creyentes, y así parece indicarlo el mismo derecho al distinguirlas de las misiones entre infieles a que se hace referencia en el canon siguiente {c. 1350). Y hemos de confesar que hasta ahora en las m1s10nes parroquiales, re– gionales, diocesanas en España e Hispanoamérica se ha presupuesto la fe y se ha predicado con base en esa existencia de la fe, procurando sí, vivi– ficarla y reafirmarla pero intentando sobre todo hacerla práctica, dirigiendo todos los empeños a intimar la respuesta del hombre a Dios que nos· ofrece la salvaci6n; a conseguir la conversi6n de los fieles del pecado a la gracia, más bien que de la incredulidad a la fe, a urgir las exigencias vitales de la fe en orden a la salvaci6n, y las responsabilidades personales del hombre ante la voluntad salvífica de Dios, que siempre se proclama, pero sin dejar de apremiar la cooperación del hombre a la gracia de Dios. ¿Se puede afirmar que las misiones así orientadas no han respondido a la sicología popular, que no se han adaptado en el pasado y que no siguen daptándose aún hoy a nuestros auditorios; que la estrategia empleada no ha contribuído y no seguirá contribuyendo a la conservación de la fe en las grandes realidades de nuestra religión y a la continuidad y la renovación de la práctica religio– sa de nuestro pueblo? Los mismos autores extranjeros que defienden a capa y espada una re– novación revolucionaria de las misiones, se ven precisados a confesar, si– q~iera en las breves líneas de una nota, que "esta predicación misionera pue-
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