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268 VICENTE MCÑIZ RODRIGUEZ es la de las formas simbólicas de E. Cassirer. En efecto, el hombre es el ser de la expresión con sentido. Pero todo cuanto expresa, lo expresa simbólica– mente. Así, se entra de lleno en la segunda parte de esta exposición del pen– samiento de E. Nicol. Il.-EL SIMBOLISMO ES EL CÓMO DE LA EXPRESIÓN La especulación en torno al símbolo se ha movido filosóficamente en dos dimensiones: la del puro signo convencional y la de la participación en el ser. La primera obedece a las filosofías que identifican el símbolo con el puro signo convencional. De esta suerte, todo lo aplicable al signo lo sería igual– mente al símbolo. Por ello, lo mismo que hubo un examen gramatical (Aris– tóteles), metafísico (escolásticos), filológico (Müller), psicológico (Locke), ló– gico (Leibniz), sociológico (Steinthal, Wundt), terminológico (Baldwin, Hus– serl) e independiente (Marty, Peirce, Mauthner, Taine) del signo, ha habido las correspondientes interpretaciones del símbolo. La segunda se instala de manera específica en el ámbito religioso, en donde se da una tendencia na– tural a identificar el icono con lo simbolizado. En el pensamiento de P. Tillich se nos afirma que todo el lenguaje nuestro sobre Dios es simbólico, excep– tuada la proposición "Dios es ser". Y la raíz de que el mundo sea una teofa– nía, y, en consecuencia, de poder convertirse en símbolo vivo de la divinidad es el de su participación en el ser. E. Nicol dedica los dos últimos capítulos de su libro Metafísica de la ex– presión al ser del símbolo y a sus relaciones. Y su pensamiento debe ubicarse, como se desprenderá de la exposición, en la segunda corriente filosófica de especulación sobre el símbolo, aunque con particular originalidad. l. El concep1to de símbolo E. Nicol toma, como punto de referencia, a la hora de explicar lo que entiende por símbolo el uso que se hizo entre los griegos de esta palabra. Se llamaba símbolo, en Grecia, a cada una de las dos mitades de un objeto que se divide y que, al reunirse, permiten identificar a los portadores. Son estas dos mitades reunidas, como una suerte de credenciales. Prueba de iden– tidad del hombre que exhibe una de estas mitades ante el otro que posee la otra. Dijimos anteriormente que el hombre es la expresión del ser con sentido y que expresa con su sola presencia. La presencia de cualquier otro ente, que no sea el hombre, está dirigida por el principio de indiferencia. Es algo ex– traño al hombre y es lo que obliga a éste a investigar para descubrir y po– seer, en la ciencia, aquella forma de ser. En cam'bio, el hombre cuando se hace presente, su .presencia es ya definitiva e inequívocamente reveladora de su forma de ser que implica y requiere el ofrecimiento y la entrega. El hom– bre es "la imagen y semejanza del mismo hombre". De aquí, que cada uno se descubra y reconozca a sí mismo, en la simple presencia del otro, del pró– jimo. Como se ve, cada hombre es portador con su presencia de la mitad de su ser y adquiere su identidad completa ante la presencia del otro hombre, su otra mitad. El yo se reconoce como tal en el tú. Yo y tú son las dos mita-

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