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un algo cualquiera que pueda ser reconocido por el destinatario. De este modo, la realidad que sustenta la relación simbólica y su comprensión es la del ser mismo que se expresa y que es recibido por otro ser de la misma categoría. Cuando el símbolo lo es de actitudes cognoscitivas, el objeto intencional de la relación simbólica -lo representado simbólicamente- se constituye en objeto por su referencia dual a los dialogantes. El ser se hace patente siempre, como realidad común. Siendo la realidad, el ser, siempre idéntico a sí mismo, no puede ser afirmado que las diversas formas simbólicas de su expresión lo hagan interiormente diverso. Lo fraccionen. No. Lo que sucede es que la riqueza expresiva del ser deja aprehenderse de múltiples maneras o formas simbólicas originando diversos sistemas de simbolismo en los que interesa la aprehensión del ser efectiva que pueda ser también captada por cualquiera que no esté situado en la misma posición existencial del que las produce. Esto da lugar a la posibilidad de transformación de unas formas simbólicas en otras. En la transitividad de los símbolos. Siendo el universo uno, ha de reconocerse la posibilidad de traducción de una de sus expresiones simbólicas en otras. Quizás ahora se nos haga inteligible con mayor claridad, la proposición con que E. Nicol enuncia esta tercera relación: "todo símbolo tiene un. contenido significativo aunque no esté definido lógicamente, y guar– da por ello relación con un objeto intencional que constituye la base real de su inteligibilidad". La cuarta relación atiende, con palabras de Nícol, a la forma y sentido de los símbolos. Y es lo que podría llamarse muy bien el aspecto estructural de cualquier forma de simbolismo. Es decir, un símbolo no es nada por sí solo. Es en tanto en cuanto forma parte de un sistema en el que él es un componente del que dependen los demás, así como él de ellos. Cualquier cam– bio en uno de ellos repercute en todos los demás. El fundamento de este ca– rácter formal o estructural del símbolo radica en que la intención comuni– cativa se expresa de manera discursiva1. Toda expresión por ser discursiva necesita y requiere la secuencia coaligada de términos. De estas ideas y dado que las formas simbólicas de expresión son múltiples se deduce que las es– tructuras en que se unen discursivamente los símbolos unos con otros son también muy variadas. Entre ellas, puede hacerse mención especial de la ciencia. En ella, el principio de no contradicción ha sido introducido por la lógica como requisito de toda operación discursiva del logos y de toda cons– trucción teorética legítima y, así, ha creído proteger y mantener la coherencia " interna de su sistema simbólico. Pero esta coherencia no sirve para otras formas de simbolismo. Así, éstas tienen sus formas respectivas de organiza– ción sistemática y funcional, segrún las cuales se hace posible diferenciar la del lenguaje religioso de la del poético, etc. La afinidad de estas ideas con las de la filosofía analítica, cuando concibe el lenguaje como diversas clases de juegos, en los que se dan, para cada uno, reglas propias, es bastante patente. La quinta y última relación simbólica es la que atiende a la preocupación historicista de E. Nícol. Cada forma simbólica obedece, como ya se ha indi-

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