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270 VICENTE MUÑIZ RODRIGUEZ La dimensión "comunitaria" de estas relaciones son su nota más caracterís– tica y se encuentra ya implicada en la primera. Ante todo, el símbolo expresa al hombre que lo produce de manera pri– maria. Esto lleva consigo el que su expresión corresponda al modo concreto de ser individual del que lo produce, al de su situación y manera de enfren– tarse al ser. En una palabra, el símbolo en cuanto expresión de un hombre corresponde a la expresión vocacional de éste. La individualidad humana madura, cuando adopta una actitud frente al ser y elige una de entre las muchas actitudes que puedan presentársele. En un estado elemental y pri– mitivo, el hombre se presenta a sí mismo en sus símbolos. Y su presentación no le distingue de la comunidad. Pero, al descubrir que esta presentación de sí mismo en sus símbolos, que son los de la comunidad puede realizarse de diversas maneras, opta, se decide, elige libremente una. Esta elección tiene ya desde sus orígenes carácter dialógico, porque el sujeto de ella ha de efec– tuar una previa deliberación, después de la cual aceptada su vocación o mo– dalidad existencial y hacerse presente así a los demás entra en diálogo con ellos. Bien porque la actitud frente al ser de éstos es diversa a la suya, bien porque está de acuerdo con ella. E. Nícol afirma, entonces, que la preminen– cia de la palabra sobre el gesto en lo que de expresión tienen y, en consecuen– cia, su simbolismo deriva del descubrimiento de varias formas de actitud dialógica frente al ser. Al pasar la época mitológica a la del lagos, el gesto comienza ya a no ser más que un puro auxiliar de la palabra. Bajo este as– pecto, la responsabilidad existencial del hombre, como ser vocativo, es resul– tado de esta preminencia de la palabra. Y la inautenticidad del símbolo es su infidelidad expresiva. Su falsedad para expresar el modo elegido por el hombre para expresarse a sí mismo; su actitud frente al ser. El contenido significativo de un símbolo no es independiente de la prima– ria intencíonalidad comunicativa. El hombre se expresa y se propone, al to– mar posición respecto al ser. Y esto lo hace de acuerdo con un sistema de sentido con-sentido. Es decir, com-~tido por la comunidad. Para mejor com,. prender la labor del intérprete, en su relación con el símbolo y su productor, puede escogerse cualquier forma simbólica de expresión del hombre. E. Nícol propone la religiosa. El sistema de sentido, unitario y definido, de la religión cristiana está formado por la Sagrada Escritura y los acuerdos conciliares. Este sistema está elaborado sobre la base de una actitud o disposición del hombre frente al ser, que es la religiosa. Y de la común interpretación de este modo de expresión del hombre. Cuando esta interpretación se trans– forma y vienen las discrepancias, se disgrega el sistema. Y fue por obra her– menéutica del intérprete de esta disposición religiosa, que cambió su óptica receptiva de la expresión del productor del símbolo, quien lo hizo posible. Surgen, así, nuevas comunidades de sentido con-sentido religioso. En todo caso, se da en esas diversas formas lo primario y común de la forma simbó– lica religiosa: el hombre, al adoptar frente al ser la actitud religiosa, se presenta a sí mismo, ante los demás miembros de su comunidad, como un ca-religionario. En la tercera relación simbólica se entra en el terreno de la significación del símbolo y de lo que representa. Ontológicamente, en todo simbolismo pueden ser distinguidas tres clases de realidades: el símbolo en sí, realidad simbolizada y el nexo que las une.

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