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EL EMPERADOR CARLOS V CONTRA LOS CAPUCHINOS 387 Pero el golpe de gracia lo dieron los mismos capuchinos. Con su experiencia personal, directa e inmediata, el emperador pudo compro– bar que el progreso y afianzamiento de aquella « secta » no solo no– constituía ningún peligro ni creaba « inconvenientes » a la fe católica, ni ocasionaba « escándalos » a los fieles, sino que, por el contrario, era una expresión de auténtico franciscanismo de incalculables ventajas para la Iglesia y para la sociedad. El 1 de marzo de 1536, al mes y medio de la segunda carta, comenzaba la predicación cuaresmal en S. Giovanni Maggiore el capuchino Bernardino Ochino de Siena. Como en todas partes, el éxito de la predicación fue estrepitoso desde los primeros días, y los napolitanos quedaron prendados de su fascinadora elocuencia. Predicaba « con tal espíritu y con tanta devoción, que hacía llorar hasta las piedras », según la frase lapidaria de un testigo de vista 45 , La fama del predicador conquistó al emperador, el cual asistía con singular agra– do a los sermones. Con gran sentimiento suyo no pudo hallarse presente durante toda la cuaresma, porque el precipitar de los acontemicientos internacionales le obligó a interrumpir su estancia en Nápoles el 22. de marzo para entrevistarse con el papa, proseguir su viaje hacia el norte y organizar la resistencia contra el ejército francés que había pe– netrado en sus estados de Saboya. En el contexto histórico, someramente descrito, todo nos induce a admitir que no pensaba ya urgir en la corte romana el cumplimiento de de las dos solicitudes enviadas en sendas cartas a Paulo III y al carde– nal Campeggi. En el caso de que subsistiera aún alguna dificultad, esta desaparecería definitivamente ante la presión de los protectores y· simpatizantes, con quienes iba a alternar familiarmente. El 3 de abril el emperador se hospedó a su paso por Marino en el palacio de los Colonna, y el día 5 hizo su entrada triunfal en Roma; allí se detuvo hasta el 18 del mismo mes 46 • Además de las audiencias públicas, tuvo varios coloquios privados con el papa. Si bien el objeto• principal de aquellas conversaciones fue la enmarañada situación in– ternacional político-religiosa 47 , no se excluye que se entretuvieran tam- 45 « E questa fu la causa [l'invasione della Savoia] che disturbo !'animo del– l'Imperatore a godere piu lungamente della sua bella e deliziosa citta di Napoli; dove non finí la quadragesima, ancorché ci stesse parecchi giorni, e si delettasse molto• sentire Fra Bernardino di Siena, c~.ppuccino, che predicava a San Gio: Maggiore -con spirito e devozione grande, che faceva piangere le pietre » (Gregario Rosso,. ob. cit., 70). Nos parece que, s:n forzar los textos y el contexto, no se puede inter-– pretar la sorprendente predicación de Ochino en Nápoles (y acaso su intervención personal) como una afirmación ante el emperador de su punto de vista acerca de· la ori2ntación de la reforma contra el modo de ver de Ludovico de Fossombrone.. Cf. Benedetto NICOLINI, Bernardino Ochino. Saggio biografico, en Biblion 1 (1959) 96. 4 6 Cf. B. PODESTA, Garlo V a Roma nell'anno 1536, en Arch.Soc.Storia Patria (Roma) 1(1877) 303-344. Be publica, con un comentario, el fragmento del diario de Bias Baronio Martinelli, ceremoniero pontificio desde 1518 hasta su muerte (14 diciembre de 1544). 4 7 Cf. Alfredo REUMONT, Vittoria Colonna, marchesa di Pescara. Vita, Jede e poesía nel secolo decimosesto. Vers. di G. MüLLER ed Ermanno FERRERO, Torino, 21892, 155; L. VON PASTOR, Storia dei papi V, Roma 1924, 159-166.

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