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PROLOGO Aun queriendo y estimando mucho a los seres que nos rodean, parece que .no reparamos en lo que valen y representan para nuestra propia vida, mientras dura el disfrute vivificante de su compañlía; pero sobreviniendo la separación, nota– mos el vacío que ellos llenaban y la difi- cultad de remediar su ausencia. ' Tal acontece hoy con la muerte del P. Donostia a cuantos le ha:n: conocido y tratado. Unos echarán de menos su arte exquisito; otros, sus bellas confe– rencias salpicadas de hermosas cancio– nes; éstos, sus pequeños conciertos en salones acogedores; aquéllos, sus charlas espirituales en la intimidad familiar; to– dos, su bondad afable y abnegada. Nos queda el patrimonio de sus obras musi– cales; ·pero, ausente él, tememos no ha– llar intérprete idóneo de su arte refina– do. Y entre los muchísimos que han go– zado del don inapreciable de su amistad, no pocos habrá que, faltos del aliento -5-

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