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cfol bien del prójimo, por insignificante que fuera. 4. En el convento o fuera de él, siempre el P. José Antonio vivía dentro de sí mismo, atento a enderezar sus ac– tos al perfeccionamiento propio, a la gloria de Dios y al bien del prójimo. Y puesto que amaba a Dios y en todo le buscaba, todas las cosas parecían re– dundar en provecho de su alma. Alzaba a menudo fos ojos en alto, con la espon– taneidad de la alondra que se remonta en los aires; y contemplando la natu– raleza desde alguna colina, oyendo el rumor del mar enbravecido o del manso arroyuelo, escuchando el canto del mirlo o el chirriar de bulliciosas avecillas, su espíritu descubría secretas armonías, que luego traducía en sonoridades en alabanza de Dios y consuelo de los hombres. Aparte esta ordenación fundamental a Dios, que es ley general de todo cris– tiano, y más del religioso, el P. José An– tonio dedicaba diariamente largos ratos al cultivo de su espíritu, ya en la medi- -69-

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