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Y lejos de hablarles de Dios e impo:i:– tunarles, llegado el caso, para que mu• daran de vida y se convirtieran, habla– ba de ellos a Dfos mucho en sus ratos de oración. Tanto tratar con el mundo y con gen– te mundana, y no contaminarse ni vol– ver al claustro resabiado de munda– nalidad, eso sí que es prodigio pocas veces visto, que supone virtud muy só– lida y cimentada. El P. Donostia iba a los seglares con el corazón abierto a re~ partir con largueza los dones recibidos de Dios; no sólo su arte, sino también, a veces, sobre todo en los años difíciles y agitados de su residencia en Francia, la limosna material del pan y espiritual del consuelo. Y no pocas veces sucedió que los amigos, buscando al artista, ha– llaron a Dios. 3. En el P. José Antonio hemos re– conocido todos, propios y extraños, esa virtud difícil de definir, pero fácil de apreciar en quien la posee, llamada bon– dad. Más que virtud particular es un conjunto feliz de muchas virtudes, que -67-

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