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sico y antes que nada, soy capuchino". A quien desconozca los caminos de Dios, no se le alcanza que aquella su actividad, apartada al parecer del cauce común de la vida capuchina, iba regida y guiada, no ya por algún plan precon– cebido o por el capricho, sino simple– mente por la santa libertad de los hijos de Dios para hacer el bien, refrendada con el mérito de la obediencia. 2. De esa libertad que se concedía al P. José Antonio fué siempre compa– ñero inseparable el santo temor de Dios. que es el principio de la sabiduría. El número y variedad de amigos de que vivió rodeado es incontable, ya que por su arte exquisito y su renombre, y por la simpatía que irradiaba de su persona, atraía irresistiblemente hacia sí y tenía acceso en todas partes. Pues bien, nun– ca preguntaba o inquiría las ideas del amigo o visitante, cuidando sólo de ha– cer el bien a todos y de dar ejemplo en todo, comenzando por el respeto y la cortesía, puesto que todos eran hijos de Dios y estaban destinados al mismo fin.

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