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rios, sabedores por otra parte del de– coro y prestigio con que llevaba el santo hábito por el mundo y visto el lustre que con ello daba a la Iglesia y a la Orden y el bien que de su trato recibían las almas, le otorgaron siempre su be– neplácito para entrar y salir, estudiar y comunicarse con eminentes profesio– nales del divino arte y le permitieron actuar en público, editar sus obras e in– tervenir en congresos, asambleas y con– ferencias. Y no ya los Superiores de la Orden, sino tambjén los señores Obispos requirieron más de una vez de la jerar– quía regular el apostolado del arte del Padre Donostia. Y el Padre Donostia responcl,ió a su vocación doblando cual siervo fael los talentos recibidos del cie– lo, y a la confianza de los Superiores con la más estricta religiosidad y obser– vancia de sus obligaciones. En los momentos de vacilación y de tinieblas -hasta nuestro seráfico Padre los tuvo (cf. Englebert. "Vida de San Francisco de Asís", p. 279)-, se le oyó más de una vez decir: "Antes que mú- -65-

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