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412 PELAYOS MATEOS DE ZAMAYON porque primeramente también el alma es contingente y mudable; en segundo lugar porque, si la verdad existe no en las cosas sino en el alma, es una ficción, no es verdad objetiva; y en tercer tér– mino, porque aun antes de que existieran el mundo y el alma, era tan verdad que «dos y dos son cuatro » como lo es ahora y lo será ·para siempre, aunque por hip6tesis el mundo y el alma de todos los hombres llegaran a desaparecer de la existencia. La solución satisfactoria del problema se halla en el tercer tér– mino, a saber: Las cosas tienen su ser «ideal » en las ideas eternas de Dios, la «Ars aeterna » representativa, que es esencialmente Dios mismo. Este ser es perfectamente inmutable e infalible: Luego las cosas, aun en su ser real, pueden ser inmutables como objetos de ciencia, en cuanto de tal arte eterna participan; y nuestra mente puede alcanzar, en el conocimiento de las cosas, la infalibilidad re– qJerida, viéndolas en dichas razones eternas. Pero ya queda probado que dichas razones (Dios mismo) no pueden ser vistas intuitivamente como objeto total, directo, solo, de nuestra visión; sería el ontologismo rechzado. Tampoco basta una influencia de ellas; porque siendo tal influencia algo distinto de Dios, ya no se1ía inmutable e infalible, y por lo mismo, no poseyendo las condiciones indispensables de la verdad, no satis– fará sus exigencias. Además, siendo una influencia de Dios, o es «general» o «especial». Si lo primero, se confundirá con el con– curso divino en las demás acciones distintas de nuestro conocer; y esto no basta: Si es especial, se identificará con la gracia; y de ésta no se trata, porque es sobrenatural, mientras que la presente cuestión versa sobre el conocimiento puramente natural. «Luego hay que admitir - concluye el Santo - un tercer modo de entender esta visión en las razones eternas, medio entre los dos anteriores, a saber, que en todo conocimiento cierto se re– quiere la razón eterna como reguladora y móvil; no sola, sino junta– mente con el ser real del objeto conocido; ni en su omnímoda cla– ridad, sino parcialmente; «non intuita, sed contuita », según es possible en esta vida». Ésta es la solución que admite San Buenaventura por varias razones: 1 º En fuerza del razonamiento precedente; 2° Por ser el alma imagen de Dios; 3° Por la autoridad de San Augustín; y

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