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424 PELAYOS MATEOS DE ZAMAYON Pues bien, así como Dios en cuanto bien sumo es el móvil de la voluntad; así también Él mismo, como suma Verdad ontológica, es el móvil de nuestro entendimiento en todos los actos del conocer. Lo que busca el entendimiento es la verdad poseída con certeza, para lo cual es preciso que verse acerca de un objeto inmutable y necesario, único que puede producir conocimiemto cierto, como antes quedó demostrado: porque si lo conocido ahora es y después ya no; si lo que conozco como teniendo una determinada esencia o propiedad, pudiera al mismo tiempo no ser eso, sino otra cma, ya no puedo estar cierto de ello. En todo conocimiento cierto va envuelto implícitamente el principio de no-contradicción; y ése supone en el ser a quien se aplique alguna entidad, un « algo » necesario e inmutable desde algún aspecto. Si en cambio, esto no se da, de nada puedo estar cierto y así la ciencia es imposible, caigo en el escepticismo. Y si, por hipótesis absurda, la mente se persuadiera de que ésa es la verdad, ya no se movería a entender cosa alguna, porque ninguna razón tendría para actuarse, siéndole la posesión de la verdad algo imposible. Así pues, lo que mueve al entendimiento en cada una de sus opera– ciones, es la verdad inmutable y necesaria; y ésa propiamente sólo es Dios, en cuanto que solamente Él es el « ser subsistente por sí mismo», el puro ser, el acto puro, la plena, perfecta e infinita realización del « ser ». La entidad de la criatura sólo puede participar de la inmutabilidad y la necesidad porque y en cuanto que participe de ser Divino. Por tanto, lo que mueve al entendimiento a actuarse es la verdad inmutable y necesaria. Verdad con tales propiedades es solamente Dios. Luego Éste es el móvil de todo conocimiento intelectual. O eso mismo considerado desde otro punto de vista. La verdad· de un ser en tanto es cognoscible con certeza inte– lectual en cuanto posee las propiedades de necesidad e inmutabilidad, aunque su existencia real fuere momentánea. Las criaturas son por su esencia misma contingentes y mudables; y así en ellas no pueden darse las propiedades dichas, sino porque y en cuanto que son una « efigie » de Dios: de modo que en la medida en que representen illius. Tanta est vis stlillmi boni, ut nihil nisi per illius desideritlill a creatura possit amari, quae tune fallitur et errat, cum effigiem et simulacrum pro veritate acceptat ». Itinerarium, c. III, n. 4 (V, 305).
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