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422 PELAYOS MATEOS DE ZAMAYON narnientos y los creyentes en nuestros dogmas. Ambos conoci– mientos son conscientes: conozco a Dios y me percato de ello; mi conocimiento se dirige a Él corno a su objeto: « Ratio aetema cognoscitur ut obiecturn quiescens, ut sola, ut tota, ut nuda ». Por fin (y ésta es la doctrina de San Buenaventura en nuestro caso) se conoce a Dios de otro modo más imperfecto, a saber en el conocimiento intelectual cierto cuyo objeto sea, no directamente Él mismo, sino cualquier otra verdad. Este conocimiento de Dios e<; inconsciente; no se dirige a Él, sino al objeto, sea éste una cosa concreta, sea un principio universal. De igual modo que la visión se dirige al objeto y no a la luz en el tercer caso arriba mencionado; así, en el presente, Dios es conocido corno principio que necesa– riamente ha de intervenir en en el conocimiento, pero no corno término directo del conocer. « Sicut oculus intentus in varias colorurn differentias - escribe el Seráfico Doctor - lucern, per quarn videt cetera, non videt, et si videt, non advertit; sic oculus rnentis nostrae, intentus in entia particularia et universalia, ipsurn esse extra omne genus, licet primo occurrat rnenti et per ipsurn alia, tarnen non advertit » 17 • Lo primero- con prioridad de naturaleza- que hay que ver, es la luz y despué, el objeto iluminado: si un ojo no pudiese percibir de algún modo la luz, ningún objeto corporal podría ver; esta percepción de la luz es inconsciente, porque la primera mirada - y muchas después - se dirigen al objeto y no a la luz, dado que ésta no es el término de la mirada, sino un elemento necesario para la visión. Así, por análogo modo, en el conocimiento intelectual Dios, idea ejemplar, se requiere necesariamente, no corno término, sino como elemento del conocer; y por eso mismo este conocimiento de Dios es inconsciente y debe ser anterior con prioridad de na– turaleza al de cualquier otro objeto: éste ha de ser conocido después de Dios y en Dios, corno el objeto visible se ha de ver después de la luz y en h luz. « Magna est caecitas intellectus - exclama San Buenaventura en el mismo pasaje que acabarnos de copiar -, qui non considerat illud quod prius videt et sino quo nihil potest cognoscere ». Esta intervención de Dios en nuestro conocimiento, tal como queda explicada, es lo que el Santo Doctor significa con las expre- 17 Ibidem, c. V, n. 4 (V, 309).
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