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TEORIA DEL CONOCIMIENTO 419 ción » es limitada, síguese que nunca pueden agotar éstos la imita– bilidad de la divina Esencia; siempre queda lugar para otras imi– taciones: y así pueden existir criaturas diversisimas en especie y número, multiplicables sin fin por toda la eternidad. Dios Infinito y sus imágenes: he ahí las únicas posibilidades de realización del ser. Todo lo que fuera de ellas pretenda concebirse, es concebir algo fuera de la realidad; porque fuera de ella no hay más que el no ser, la nada. Las criaturas, pues, son imitación de Dios: y esto por la na– turaleza misma del ser y de las condiciones en que es posible su existencia y aún su posibilidad: así pues, por necesidad metafísica. Supuesto todo lo cual, tratemos de analizar nuestro conocimiento y su dependencia con relación a Dios. C. Dios y nuestro conocimiento ¿ Por qué nuestra mente tiene que admitir a Dios ? Alguien podría contentarse con decir: Conocidas las cosas (el hombre y el mundo con todo lo que ambos incluyen) vemos que son «entia ab alio », insuficientes para ser por sí mismos, para obrar por 'lÍ solos, para mantenerse en su existencia, durar en su perfección y actuar en el puesto que les corresponde dentro de la jerarquía natural de los seres, de la cual resulta el orden del universo. Por eso, apoyados en el principio de causalidad, llegamos a conocer a Dios como Causa incausada o Primera, como primer motor inmóvil, como· ser absolutamente necesario, perfectísimo y como suprema Inteligencia ordenadora. Es el proceso natural de las cinco o más vías, de todos conocido. Pero bien analizado, todo este proceso se reduce a recurrir a Dios por vía de la causalidad eficiente tan sólo: a admitir que existe y obra, porque en todo el Universo creado no hallamos algo que pueda explicamos suficientemente el origen de la criatura: sea el origen de su existencia, sea el de su duración, sea el de su actividad, sea el de su orden; pero siempre el origen primero y el fin último. Como si dijéramos: Podemos estudiar, prescindiendo de Dios, los seres que hay en el mundo: la realidad «ens ». Mas como adver– timos que son «ab alio », nuestra inteligencia se ve forzada a admitir ese «Otro>>, que nos explique, no el ser, no la esencia y las pro– piedades de las cosas - todo lo cual puede ser conocido con certeza sin recurrir a Dios - sino su origen, y aun su origen remoto. Tal explicación es de todo punto insuficiente para San Bue-

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