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414 PELAYOS MATEOS DE ZAMAYON algo que está sobre su entendimiento; y éste es Dios. Por la misma razón tiene que conocer en Él todos los demás objetos espirituales que conoce. Luego si el impío conoce en las razones eternas, a fortiori los demás. Si se objetare que puede conocer la justicia por sm efectos, respondo: Cuando ignoro totalmente una cosa, no puedo saber lo que produce: si no sé lo que es hombre, no sé qué es lo que produce. Así pues, si anticipadamente no tengo noción alguna de la justicia, no sabré nunca si esto o aquello de la justicia procede. Resulta, pues, que se conoce en la razón eterna. Idéntico raciocinio puede repetirse acerca de cualquier forma inteligible quiditativa; y por lo mismo, de todo conocimiento intelectual cierto 9 • De hecho el Santo teje un razonamiento se– mejante hablando de la caridad 10 • Por fin, añadamos éste de tipo general. Si por hipótesis se destruyeran todas las criaturas menos el alma humana, en ella quedaría el conocimiento de las ciencias, por ejemplo de la aritmé– tica y de la geometría. Es así que esto no puede verificarse por el ser real de las cosas en el universo ni por el que tengan en el espí– ritu. Luego es preciso que sea por el que tienen en el « arte eterna » del Supremo Artífice. En consecuencia: para adquirir las ideas de las cosas no perceptibles por los sentidos: Dios, el alma, las nocio– nes morales 11 , y para todo conocimiento intelectual cierto, se re– quiere la intervención de las ideas eternas en la mente humana. Ésta es, en conclusión, la doctrina de San Buenaventura; la solución que da al problema de la ciencia. Pero la simple comprobación del hecho no nos da a conocer la naturaleza de tal visión en las razones eternas sin que veamos éstas en sí mismas. ¿ En qué consiste? ¿ Cómo es posible? He aquí m1 punto difícil. Por no hallarle una exposición clara, varios intérpretes lo han desfigurado: quiénes lo han traído hacia el ontologismo; quiénes hacia el aristotelismo moderado; otros lo han despachado como un « punto débil, una incoherencia en la doctrina del Seráfico Doctor » 12 ; otros, en fin, lo califican de im- • Ibid., n. 23 (V, 19). 10 J Sent., d. 17, a. unic., q. 4, concl. (I, 301). 11 II Sent., d. 39, a. 1, q. 2, concl. (II, 904). 12 « Il y a certainement ici un point faible et une certaine incohérence dans .la théorie du Saint Docteur ». « C'est ici que la critique s'est trouvée le plus embarassée ». G. PALHO– RIES, Saint Bonaventure, 2 éd., Paris, 1913, p. 50.

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