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a) Fidelidad «No habrá para ti otros dioses delante de mí...; porque yo soy un Dios celoso» (Ex 20, 3-5). El Deuteronomio explicitará esta urgencia de radical fidelidad a Dios (Dt 4, 15-20). Si Dios se declara «vuestro Dios», de Israel espera que sea «mi pueblo». Esta referencia primor– dial a Dios, excluyente de otros cultos, es una de las características distintivas de la religión hebrea. «Esta intolerante exigencia de exclusividad es un hecho único en la historia de las religiones, pues los cultos antiguos se toleraban pacientemente y daban a los participantes de su culto plena libertad para asegu– rarse, al mismo tiempo, la bendición de otras divini– dades» (G. von Rad, Teología del Antiguo Testa– mento, I, p 267). El Dios de Israel es un Dios celoso, no por temor egoísta, sino por un amor liberador de extrañas servidumbres. En la antigua alianza ya, de alguna manera, se enuncia, proféticamente, la exhortación neotestamentaria que considera la fide– lidad como una permanencia existencial en el amor (Jn 15, 9). b) Solidaridad «Bien vista tengo la aflicción de mi pueblo en Egipto, y he escuchado el clamor que le arrancan sus capataces. He bajado para librarlos de las manos de los egipcios» (Ex 3, 7-8). Dios se implica en la historia de Israel con un gesto de solidaridad, y, desde entonces, en la alianza, al pueblo elegido 214

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