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«¿Quién de los tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los ban– didos... Anda y haz tú lo mismo» (10, 36-37). Ser prójimo es tema de sangrante actualidad, cuando la marginación, la soledad, el abandono, el miedo o la autosuficiencia inundan nuestra geografía. En nuestra sociedaq, tan crispada y dividida, resulta cada vez más difícil acercarse sin prevencio– nes a los demás. La desconfianza permanente res– pecto del otro es la mayor inseguridad. Muchos se han hundido en la «mala vida» porque en el momento justo no encontraron personas que les concedieran un poco de credibilidad y confianza. En toda existencia hay una plusvalía divina: el amor de Dios (Sab 11, 24-26). No verla no es sólo ceguera, sino injusticia. Y para eso hay que mirar al corazón y con un corazón limpio (cf. Mt 5, 8). «¿Cuándo te vimos hambriento, desnudo ... ? Cuando lo hicisteis a uno de mis hermanos» (Mt 25, 31-46). Dios lo ha querido así para que no nos auto– sugestionemos ni nos confundamos (cf. 1 Jn 3, 17). Y esto puede ayudarnos a descubrir el sinsen– tido de creer y orar cada uno a «su» Dios, cuando no hay más que uno. El que ha dicho: tuve ham– bre (y no sólo de pan, sino de amor); tuve sed (y no sólo de agua, sino de la verdad); estuve desnu– do (y no sólo de ropa, sino de esperanzas); estuve preso (y no sólo en la cárcel, sino en profundas crisis y depresiones) ... Y tú, ¿qué? Preocupado, quizá, sólo por ti y tu «perfección» recorriste el camino y perdiste la oportunidad de ser amor, ver- 223

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