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al malvado. No recibas regalos, porque el regalo ciega hasta a los testigos y pervierte las causas justas. No oprimas al forastero; ya sabéis lo que es ser forastero, porque forasteros fuisteis voso– tros en la tierra de Egipto» (Ex 23, 6-9; cf. Dt 24, 10-15.17-18). 2) En los profetas En su predicación y actividad, los profetas son anunciadores del amor de Dios; de un amor apasio– nado, entrañable (Is, Ez, Os) ... , y defraudado (Jr 2, lss.; 3, 20; Os 2, 4ss.). Hablan desde ese amor de Dios dolorido y heri– do (Is 1, 4-8.21), pero también inasequible al desa– liento (Os 11,7-9; Is 54, 8; Jr 31, 20). Pero ese amor gratuito -Dios ama desde sí mismo-- es responsabilizador y urgente. Las urgencias del amor de Dios en los profetas adoptan dos modula– ciones: la del «rugido del león» (Am 1, 2; 3, 8) y la de la queja dolorida, poética o dramáticamente expresada (Jr 2, lss.; Os 11, 2). Y en ambas modulaciones se profundizan las urgencias de amor de alianza. a) Fide.'idad Israel es urgido a la fidelidad desde su infideli– dad: «Pues como engaña una mujer a su compa– ñero, así me ha engañado la casa de Israel» (Jr 3, 20). Tal comportamiento carece de analogías y pre– cedentes: «Pasad a las islas de los Kittin y ved, 216

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