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. P. Feliciano de Ventosa, O. F. M. Cap. franciscanismo tiene mucho que decir al hombre moderno (94). Quizá muchos esperan nuestra verdad franciscana para volver a la verdad de Cristo. Su Santidad el Papa se dirigió hace años a nosotros para pedirnos una especial colaboración en la restauración cristiana de la clase humilde. Opi– namos modestamente que no llenaremos los deseos de Su Santidad si a una acción intensa no aunamos un estudio de los grandes problemas del mundo obrero, a la luz de los últimos adelantos de las ciencias sociales. Y sólo en Centros superiores de cultura social, que podrían ser internos, se debería ir formando ese personal que más tarde ha de llevar, con su abnegación y sacrificio, las consignas de la Iglesia al mundo del trabajo, tan descris– tianizado. Se ha dicho que al mundo sólo lo puede salvar una «invasión de santidad». Indudablemente. De lo que más necesitados andamos es de santos. De donde la suprema preocupación de ponernos y de poner a nuestros jóvenes en camino de santidad. Pero ingenuamente· debemos confesar que, pese a tanto noble esfuerzo, eso de la santidad es de muy pocos. Los más, trampeando por los caminos del Señor, que son siempre de misericordia para nuestras flaquezas diarias. Ahora bien, si esta «dorada medianía espiritual», en la que viven tantos religiosos, es iluminada por una cultura teológica y humanística, se multiplicará el rendimiento a favor de la Iglesia. A ello aspiran los Statuta Generalia con normas de valor jurídico, obli– gatorias en conciencia. (94) En bella carta, el P. Longpré expresó lo que debe ser pensamiento de todo inte– lectual franciscano. Publicada en inglés, en Report of the Thirteenth Annual Meeting, The Franciscan Educational Conference, 13 (1931), 18, la traducimos para regusto de cuantos han emprendido idéntico camino: «Lo que ha motivado mi preferencia de la filosofía agustiniano-franciscana sobre las demás es el sentido de religiosidad y de misticismo de su pensamiento. Estoy plenamente convencido de que la historia demuestra cómo la vida interior y mística de la Iglesia está en la mejor consonancia con la doctrina agustiniana, tal como fué aceptada y defendida por la escuela franciscana. Estoy convencido, además, de que la conversión de la Alemania protestante y de otras naciones está condicionada por una filosofía de la fe y de la experien– cia religiosa, por una psicología y teología del sobrenatural, en plena armonía con la escuela franciscana... Por ello, es tanto de lamentar que en nuestros Colegios y Universidades, San Buenaventura sea tan poco conocido, pues según mi parecer no hay autor más apto para dar una dirección sobrenatural al seminarista y al sacerdote - «no other author is more able to give the seminarian and the priest a supernatural trend -»... Me siento igualmente discípulo de Escoto, no solamente porque sigue a San Agustfn, sino también por su gran tesis acerca del primado de Cristo... Esta tesis sobre la universal realeza de Cristo es sublime y su completa aceptación levantaría indefectiblemente al mundo de su paganismo y liberalismo... »
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