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DIEGO JOSE DE CADIZ 87 en 1782, llegó a entrevistarse en Toledo con Lorenzana y recibió de él algunas prevenciones nuevas sobre su predicación, conocidas por la carta a su director espiritual desde Ocafia el 4 de mayo del mismo afio. Aquel autoretrato se completa con los pormenores relativos a sus dotes personales, pormenores expuestos en dos cartas endereza– das al capuchino catalán padre Jaime de Puigcerdá, desde Ronda, el 30 de agosto de 1793 y el 15 de septiembre de 1795. En la prime– ra, aquel predicador que con su elocuencia arrebatadora arrastraba a pueblos y ciudades, manifiesta que, sin avergonzarse, tiene que confesar su total ignorancia de las reglas de la oratoria y de modo de formar, según ellas, un sermón. Repetidas veces, ya desde estu– diante, había intentado familiarizarse con las reglas, inútilmente: ni siquiera ·· había entendido los términos de ellas. Así que echó por su camino ; «Empecé a predicar resuelto a seguir el rumbo de proponer en los sermones un asunto útil, probar o convencer su verdad y persua– dir a la voluntad o excitarla a que la observe, etc. Algunos afios después de este método y de una suma inhabilidad para entender los sermones impresos, singularmente los franceses, que entonces se miraban como oráculos, y de notar en mi interior una singular re– pugnancia a aquel método de raciocinio, etc., porque me llevaba toda la atención la Sagrada Escritura por su irrefragable autoridad, y los santos padres, por la que respectivamente tienen, etc., me en– contré con san Bernardino de Sena, en cuyas obras encontré un método que se me adaptó mucho» ... En carta a su director, Aleover, el 1 de febrero de 1785, había escrito: «He leído poco y lo más de ello ha sido en san Bernardino de Sena, y se me ha pegado tanto su modo que no acierto ya a predicar en otro estilo; y me parecía que, siendo tan oportuno y que se conforma en la mayor parte con el que siguen santo Tomás, san Buenaventura, san Antonio, san Alberto Magno y los predica– dores de aquel tiempo, no menos que san Vicente Ferrer, etc., no sería impropio el seguirlo». Continúa diciéndole al padre Puigcerdá: «Confieso asimismo que, antes de predicar, no acierto a formar un sermón. Estudio cuanto puedo, revuelvo los libros, singularmente santos padres y exposito-

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