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82 «... el Señor me dio hermanos» san José de Leonisa, incluso como el padre Carabantes, apóstol de Galicia. Los primeros ensayos del futuro misionero comienzan en Ubri– que, según nos refiere él mismo. Los domingos y días solemnes por la tarde va a la plaza donde se junta el pueblo, les explica y predica un punto de doctrina con singular aprovechamiento y edificación común. Por la mañana de dichos días confiesa a los que le buscan de resultas de la predicación. Triunfo resonante es el que, por medio del misionero, logra la gracia de Dios en Estepona. De improviso le mandan a predicar la cuaresma cuando la villa arde en discordias, pleitos y enconos fortísimos desde hace quince años o más. El viernes de enemigos predica el padre Cádiz y logra lo que nadie hubiera imaginado, la paz y reconciliación de aquellas gentes. Durante un decenio, en misiones, cuaresmas, novenas y otros sermones, le van escuchando una y varias veces las capitales y gran– des poblaciones de su Andalucía. En 1782 sale de su tierra y llega a Toledo y al Real Sitio de Aranjuez, donde, por su predicación suave e insinuante, quedan conmovidos el pueblo llano, la nobleza y hasta la familia real. Al año siguiente resuena su palabra en Ma– drid y en Alcalá de Henares. En la madrugada del Viernes Santo, 9 de abril de 1784, predica en la catedral de Sevilla y ciertos delatores logran que el padre Cá– diz salga de la ciudad desterrado para varios meses. Ello no le impi– de continuar su apostolado por Andalucía. En el invierno de 1789 sube a misionar a Cuenca, de paso para Aragón: durante más de un mes le oyen enfervorizados en Zarago– za, ciudad en la que delata a la Inquisición varias proposiciones de Normante y origina un largo y enfadoso proceso. El 1 de enero de 1787 llega a Albalate del Arzobispo como enviado de Dios. Predica luego también en Alcañiz y Caspe, pasa por Cataluña, les deja en Barcelona con la miel en los labios y sigue proclamando la palabra divina por Valencia, Alicante, Carta– gena, Totana, Motril. Y a continuación durante varios años le fuer– zan a un silencio casi total recluyéndolo en el inhóspito convento de Casares. Hasta 1792 no pueden reanudar sus tareas antiguas en Andalucía.
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