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78 « . .. el Señor me dio hermanos» Capuchino Un revés en los estudios filosóficos cuando no contaba más que doce años, hizo que le estrechasen a tomar destino. «En medio de esto -escribirá el beato en 1799-, conservaba notable repugnancia o desafecto al estado religioso, máxime capuchino. Sucedió una ma– ñana de aquel año, que fue el de 1756, que, entrando a oír misa en la iglesia de nuestro convento de Ubrique, en ocasión que estaba la comunidad cantando prima o no sé qué hora menor, de improvi– so se llenó mi alma toda de un gozo tan extremado y de una admi– ración tan rara que casi salí de mí, pues me parecía nuestra música (que usted sabe la que es), la cual jamás había oído, no música de hombres, sí de un coro de ángeles o un remedo de la bienaventu– ranza. No sabré explicar a usted los efectos que causó en mi inte– rior, porque ni el gozo me los dejaba conocer ni yo entendía de tales cosas». De ahí le nació un afecto interior a la religión y, cuando le sacaban a misa, procuraba que le llevasen a los capuchinos y hasta se adelantaba a entrar en la sacristía para ayudarla. «Pedí la vida de algún santo de la Orden y me dieron la de nuestros santos san Fidel y san José de Leonisa, uno y otro misio– neros, y luego la del venerable padre fray José de Carabantes, lla– mado el Apóstol de Galicia. Encendióse con esto un fuego en mi corazón que, aun no teniendo yo más de trece años, me deshacía por el retiro, el trato con Dios, la mortificación, etc. Llevado de estos deseos, sin consultarlo con otro, me até algo fuerte unos cor– deles a la cintura y muslos, que, impidiéndome para andar, respirar, etc., hube de quitar uno y aflojar algo los otros; mas no tanto que no me hiciesen algunos notables cardenales, porque de noche y de día los tuve muchos días: el de la cintura hasta que alguna llaga que formó, me obligó a dejarlo, y el del muslo hasta poco antes de venir a tomar el santo hábito». Comenzó a confesarse cada domingo con un sacerdote ejempla– rísimo que había en el convento. Al oír a este sacerdote se encendía el muchacho en divino amor. Vistió el santo hábito cuando sólo contaba catorce años y siete meses, el 12 de noviembre de 1757, en Sevilla, aunque no comenzó a correr su año de noviciado hasta

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