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74 «... el Señor me dio hermanos» había presidido las ejecuciones, exclamaba desconcertado: «Yo no comprendo nada; estos sacerdotes han ido a la muerte con alegría como si fueran a unas bodas». Entre los muertos se encontraba el padre Apolinar de Posat. De él, de su gozo ante el cercano martirio, sabemos mucho merced a la carta dirigida a su amigo J ann; y lo confirma además otra carta, escrita el mismo día 27 de abril de 1792, a su antiguo supe– rior el padre Ermanno Martín. Constituye su testamento espiritual y revela la intimidad de su espíritu, que exulta ante la certeza de su inmolación por Cristo. Escribe: «Padre carísimo, le mando el sexto volumen del Conci– lio y he tomado las disposiciones necesarias, para que recibáis los otros volúmenes después de mi muerte. Digo: después de mi muerte, porque la persecución toma dimensiones cada vez más vastas: venid y veréis los mártires con la corona que el Señor pone sobre su cabe– za. ¡Este es un bautismo que yo debo recibir y no veo la hora que llega! ... Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, permane– ce solo ... como hombre, yo tengo miedo; como cristiano, tengo es– peranza; como religioso, me alegro; como pastor de cinco mil al– mas, me gozo, porque no he prestado juramento. Nosotros pode– mos todo en Aquél que nos conforta. A todos mis enemigos, todos mis perseguidores presentes, pasados y futuros, yo los abrazo y les doy el beso de la paz como si fueran grandes bienhechores. Que Dios tenga a bien perdonarlos. Si yo he ofendido a algunos de cual– quier manera humildemente le pido también perdón. A todos mis amigos me encomiendo en este mi último combate. «¡Alleluya, Alleluya, Alleluya! En verdad, en verdad os digo, bien pronto Francia, impregnada con la sangre de tantos mártires, verá reflorecer la religión sobre su suelo... ¡Oh! este es de verdad el tiempo sobre el que se escribió: Gloria a Dios en los cielos y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. ¡Oh, qué hombre más feliz soy! Mi padre y mi madre me han dejado, pero Dios ha tomado cuidado de mí y me ha colocado como pastor de cinco mil almas, en el número de tantos héroes que mueren en Francia por su fe. «¡Alleluya, Alleluya! ¡Oh, en verdad cuando el Espíritu sopla, nadie sabe dónde va. Si José no hubiese sido vendido a lo·s ismaeli-
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