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APOLINAR DE POSAT 73 En la jornada del viernes, 31 de agosto, se hizo trasladar de la iglesia del Carmen todo aquello que servía para el culto. Hacia las once de la noche se comunicó a los encarcelados oficialmente el decreto de deportación; con todo, a aquellas misma hora, estaba ya decidida la matanza de todos los encarcelados para el domingo siguiente, y se cavaba la fosa en el cementerio de Vaugirard. El sábado fue día de intensa oración y de trepidante espera. Los prisioneros no se hacían ilusiones sobre su suerte; había com– prendido claramente lo que les aguardaba, y se preparaban para ello con espíritu de fe. A un visitador benévolo que les había pre– guntado en qué cosa podía ayudarles en su viaje al exilio, monseñor de Cucsac respondió: «El único servicio que nos podéis hacer es el de procurar las Actas de los Mártires». En la mañana del domingo, 2 de septiembre de 1792, se espar– ció la voz de que los prusianos, después de haber ocupado Verdún, marchaban sobre París. Danton ordena resistir a los invasores con todos los medios, y de exterminar, entre tanto, a los rebeldes encar– celados. En la iglesia del Carmen la guardia ordinaria es sustituida por soldados armados de espadas. Al atardecer, comienza la matan– za. Los esbirros de Maillard, después de haber pasado por la espada a los detenidos en la abadía de Saint-Germain-des-Prés, irrumpen en el convento de los carmelitas y matan a lo loco a todos los que encuentran a su paso. Entre los primeros en caer está el arzobispo de Arlés, Juan María de Lau. Los sacerdotes se arrodillan, se inter– cambian la absolución y ofrecen al Señor el sacrificio de su vida. Maillard, después de que unas cuarentas víctimas estaban tiradas agonizando por el suelo, ordena hacer venir a los prisioneros restan– tes al interior de la iglesia. Improvisa un simulacro de tribunal y organiza la farsa de un proceso sobre un rellano entre la iglesia y el jardín. Los detenidos son llamados de dos en dos por su nom– bre e interrogados secamente «¿Habéis prestado juramento?». A la respuesta negativa, son inmediatamente pasado por las armas, dego– llados sin piedad a golpes de sable o de puñales. La espantosa ma– sacre termina a las seis: 113 mártires se encuentran esparcidos por el jardín en medio de un inmenso charco de sangre. Habían caminado al encuentro de la muerte con espíritu digno, sereno, incluso jubiloso. Al día siguiente, el comisario Violette, que
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