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APOLINAR DE POSAT 69 mo un fuera de la ley, va a Meudon, algunos kilómetros al sudeste de París, en donde se encontraba el convento capuchino más anti– guo de Francia; encontrándolo cerrado, vuelve a la ciudad y se alo– ja provisionalmente en el barrio de San Antonio, en casa de un alemán llamado Weullers, que le confía la educación de sus dos hijos. Pero su corazón está en San Sulpicio, y se traslada de nuevo al barrio de su amada parroquia, a casa de un amigo sastre, Stohl, en la calle «Des Canettes». Se encuentra con monseñor de Pance– mont y con él organiza una asistencia clandestina a los católicos que permanecieron fieles a las directrices de la jerarquía. Al encuentro del martirio Mientras tanto, la revolución continuaba avanzando en una es– calada de medidas represivas cada vez más inquietantes. El 3 de septiembre de 1791, la Asamblea Legislativa sucede a la Asamblea Constituyente y se dispone a afrontar el problema de los sacerdotes rebeldes a la Constitución civil, decidida a resolverlo radicalmente. La persecución es ya un hecho y el padre Apolinar lo sabe. Así, el 27 de abril de 1792 escribe a su amigo, el abad Valentin Jann de Altdorf, una carta que, por su importancia, se ha incluido en la lectura de la liturgia de las horas, como reflejo auténtico del espíritu del beato en vísperas de su martirio. ¿«Por qué -escribe-, por qué, amigo mío, tener tanto miedo por mi vida? ¿Por qué se aflige tanto por mí? ¿No sabe acaso que yo pertenezco a mi ministerio apostólico? Reconoced y adorad a la divina providencia. Su misericordia me ha conducido por medio del Espíritu Santo al convento de Altford como a un sediento, a fin de prepararme, mediante obras de caridad de todo género, a la misión de la que me ocupo en este momento. Esa misma miseri– cordia me trajo, casi a la fuerza, al convento de Stans para ejerci– tarme en la lengua alemana y enseñar sagrada elocuencia; y todavía esta misericordia es la que, para purificarme como se purifica el . oro en el fuego, me ha llamado a París para instruir, mantener y confirmar a los alemanes en la religión, destinándome a morir gloriosamente por Cristo. ¡Alleluya, alleluya, alleluya!
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