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68 «... el Señor me dio hermanos» yo he jurado ser fiel a la ley, a la nación, y al rey, pero exceptuan– do formalmente y expresamente todo aquello que, a juicio de la Iglesia, contuviera la Constitución de herético o de cismático o con– trario a las buenas costumbres. La fórmula de mi juramento fue, el 16 de enero de 1791, consignada públicamente a los señores comi– sarios de la Comuna de París, reunidos en la iglesia de San Sulpi– cio, en · donde uno de ellos hizo su lectura y en alta y clarísima '1oz, en presencia de más de diez mil personas, de las cuales unas cuarenta no dudaron en exigir que mi juramento, dadas sus restric– ciones, fuese rechazado como insuficiente, cosa que al instante los citados . comisarios realizaron públicamente. ¿Cómo es posible, en– tonces, que se haya tenido la desvergüenza de colocarme en la lista de los que juraron incondicionalmente la Constitución? La religión, mi honor, la edificación del pueblo, todo me obliga a denunciar esta impostura. Ruego, señores, tengáis a bien hacer pública mi jus– ta protesta, aunque ello me causase las más crueles persecuciones. Mejor morir mil veces que figurar entre los que han jurado 'pura y simplemente' la nueva Constitución, juramento que yo siempre he creído y demostrado sin réplica alguna (léase «Le Séducteur dé– masqué», editado por Crapart) que es una verdadera y escandalosa apostasía. Me enorgullezco, señores, de declararme con tanta estima y devoción, vuestro humildísimo y obedientísimo siervo padre Apo– linar More!, capuchino, vicario de los alemanes de San Sulpicio». La declaración, clara y decidida, deja transparentar el alma limpia y eclesial del padre Apolinar, dispuesto a afrontar las más crueles persecuciones con tal de permanecer fiel a la Iglesia. Testimonio irrefragable es el opúsculo, por él compuesto y ya citado «Le Sé– ducteur démasqué». El afirma que obedecer a la Iglesia es obedecer al Espíritu Santo que habla a través de las jerarquías. Ante el dile– ma: seguir la autoridad de la Iglesia o la del Estado, sin dudarlo lo más mínimo, Apolinar escoge la primera. Escribe textualmente: «Nosotros debemos escuchar a la Iglesia y no a la Comuna de Pa– rís. ¡Es la sabiduría eterna que nos lo ordena!». Esta actitud, firme y abierta, hace que se le anote como contra– revolucionario. El 1 de abril de 1791 debe abandonar, juntamente con el párroco monseñor Pancemont, la iglesia de San Sulpicio y dedicarse al ministerio pastoral de manera clandestina. Buscado co-

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