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APOLINAR DE POSAT 67 La ofensa a la libertad y a la unidad de la Iglesia era flagrante. La revolución no tenía escrúpulo de trastocar radicalmente la disci– plina eclesiástica y de pisotear los derechos más elementales de la conciencia cristiana. Sin prestar oídos a las autorizadas voces que se elevaron para protestar contra esta arbitrariedad, siguió adelante en el camino irreversiblemente empezado, imponiendo sus directrices por la fuerza. Entre el 9 y el 16 de enero de 1791, todos los sacer– dotes con cura de almas fueron llamados a jurar la Constitución civil del clero. Aquellos que se negasen a hacerlo serían declarados contrarevolucionarios y perturbadores del orden público, apartados del oficio y perseguidos según las normas de la .ley. El primero en rechazar la Constitución civil del clero fue el arzobispo de París, monseñor Antonio de Juigné, que debió tomar el camino del exilio. Le siguió la mayoría de los obispos. El papa Pío VI, el 10 de marzo y el 3 de abril de 1791, intervenía con dos breves, condenando for– malmente la Constitución civil del clero y excomulgando a todos , los que la aceptasen. Los sacerdotes de San Sulpicio, con su valiente párroco a la cabeza monseñor Pancemont, se negaron abiertamente a jurar la Constitución. En la tentativa sincera de conciliar las exigencias del Estado y la fidelidad a la Iglesia, en armonía con directivas explíci– tas del arzobispo, propusieron un juramento condicionado, en el que excluían solamente aquello que era contrario a la religión y a la conciencia. La propuesta fue rechazada. Entre los que defendían este juramento «condicionado» se encontraba el padre Apolinar. La calumnia lo zarandeó y clavó de nuevo su diente en él: se hizo figu– rar su nombre en la lista de los que habían prestado juramento incondicional a la Constitución. La noticia llegó hasta los superiores capuchinos de Suiza, que no tardaron en enviarle su condena por tal actitud. Apolinar tomó entonces la pluma y escribió una vibran– te rectificación, que envió para la publicación el 23 de octubre de 1791 a la redacción de «L'Ami du Roi». El texto es demasiado importante como para no transcribirlo íntegramente: es un espléndi– do flash sobre la firmeza heroica de nuestro mártir, en un momento crucial de su vida. Escribe: «Deseando dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, en virtud del decreto del 27 de noviembre de 1790,
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