BCCCAP00000000000000000000682

APOLINAR DE POSAT 65 un retrato del beato, realizado por el pintor Jakober de Sarnen y que se conserva en el convento de Altdorf. Su aspecto es expresivo al máximo: está sentado en su mesa de trabajo, la frente espaciosa revela al pensador, la serenidad que irradia deja la paz profunda de que está colmado su corazón y que la persecución no ha podido turbar. Junto a él, sobre la mesa, el crucifijo, su amor; en la estan– tería, a su izquierda, algunos libros, sus amigos; Apolinar escribe, y las líneas que traza aluden evidentemente a los muchachos de su catequesis: «Dejad que los pequeños vengan a mí, porque el reino de los cielos pertenece a los que se les asemejan». En la tormenta de las persecuciones de París Algunos meses después de su llegada a Lucerna, se hospedaba allí, de paso, el padre Víctor de Rennes, ministro provincial de Bre– taña. Teniendo conocimiento· de las increíbles persecuciones sufridas por el padre Apolinar, le propuso agregarse al grupo misionero de su provincia que trabajaba en Siria. Descubriendo en aquella inespe– rada propuesta un indicio de la voluntad de Dios, Apolinar aceptó con agrado, y en el otoño de 1788 se encontraba ya en París, en el convento de Marais, para aprender la lengua necesaria en el desa– rrollo de las tareas apostólicas en el oriente. París debía ser sola– mente una etapa de su viaje hacia la misión de Siria, pero el Señor dispuso que fuese el último campo de su apostolado y el lugar de su martirio. El 4 de mayo de 1789 se convocaban ,los Estados Generales, para afrontar la crisis en que se debatía Francia desde hacía tiempo; el 17 de junio, el tercer Estado se proclamaba Asamblea Nacional, que a su vez, después de diez días, se transformaba en Asamblea Constituyente; el 14 de julio de 1789, la toma de la Bastilla señala– ba el inicio de la revolución francesa. El superior del convento de Marais, sabiendo que el padre Apo– linar conocía el alemán, le rogó se interesase por los cinco mil cató– licos provenientes de Alemania, que vivía en la ciudad. El padre Apolinar que no sabía negarse a ninguna petición de servicio que se le hiciera, aceptó el encargo y se dedicó a él con su inconfundible

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz