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APOLINAR DE POSAT 63 Aquí permaneció dos años, dedicado a la plegaria y a la soledad, serenando su espíritu. El 12 de septiembre de 1783 moría su madre, a la que no pudo asistir, por encontrarse de viaje, camino del capí– tulo provincial que debía celebrarse en Sursee. De Altdorf pasó, en 1785, a Stans como director de la escuela aneja al convento y catequista de los jóvenes del vecino lugar de Büren. El primer biógrafo escribe: «Testigos dignos de fe legaron pruebas de su vida religiosa en Stans. Era el primero en el coro y en el confesonario. El último en abandonarlos. En cuanto depen– día de él, celebraba la misa en el tumo último, especialmente los días dedicados a las confesiones. Era requerido de manera continua– da al confesonario, porque sus consejos espirituales inspiraban en todos una verdadera confianza. Innumerables fieles querían hacer con él confesión general de su vida y, en tales ocasiones, el padre Apolinar ejercía un bien inmenso. Sus salidas del convento eran irre– prensibles, su comportamiento digno de un religioso, su conversa– ción siempre agradable y edificante. Después del rezo del oficio di– vino de media noche, raramente volvía a descansar, pues se dedica– ba, entonces, al estudio, a la oración y a la meditación. La cateque– sis que impartía a los jóvenes de Büren resultaban tan atractivas que también acudían muchos adultos, obteniendo gran fruto». Todo hacía esperar que un apostolado tan múltiple y fecundo durase largo tiempo sin disturbio alguno; pero no fue así. La tem– pestad no tardó en aparecer en el horizonte. Los primeros síntomas aparecieron con motivo de las lecciones del catecismo; se comenzó a insinuar que no eran ortodoxas y que desorientaban a los oyentes. El ataque era grave e insidioso. Cuando los buenos parroquianos de Büren tuvieron conocimiento del hecho, acudieron altamente in– dignados al alcalde Wirsh, para que acallase las voces malévolas. El alcalde se acercó con dos jurados al convento de Stans y atesti– guó, ante la comunidad reunida, que los catecismos del padre Apo– linar no sólo no eran sospechosos, sino útiles y edificantes, y dejó una declaración escrita muy favorable. Para sus enemigos, ilumina– dos y legalistas, un sacerdote fiel a la Iglesia como el padre Apoli– nar, con su prestigio de hombre culto y virtuoso, constituía un obs– táculo que debía eliminarse a toda costa. Inatendida la insinuación sobre el catecismo, comenzaron a desacreditarlo en su labor y tarea

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