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58 «... el Señor me dio hermanos» Morel y María Isabel Maítre, casados en 1737, tuvieron tres hijos: Ana María, nuestro beato y Nicolás Plácido. En 1740, cuando toda– vía no había nacido el tercer hijo, Juan Morel hubo de abandonar el hogar, emigrando probablemente al extranjero, donde ya había vivido algunos años antes de ,.esposarse. María Isabel Maítre, mujer de virtudes eximias, se encontró sola para sacar adelante a la familia. El 5 de mayo de 1744, Juan Jacobo recibía el sacramento de la confirmación de manos del obispo de Lausana, Claude-Antoine Duding; hacía de padrino el tío paterno Francisco José Morel, que en aquella época estaba a punto de concluir sus estudios teológicos en el seminario de Saint-Nicolas du Chardonnet en París. El 1747, Francisco José Morel fue ..enviado providencialmente como vicario a la parroquia de Préz-vers-Noréaz y, entonces, nuestro beato fue confiado a sus cuidados sacerdotales en lo referente a su formación religiosa y escolástica. Vivió con él, como un hijo con su padre, y con él permaneció, cuando en 1750 su madre fue empleada, como comadrona, por el Estado en la ciudad de Friburgo. Más tarde lo siguió también a Belfaux, donde había sido trasladado como párro– co en 1752. En 1755, preparado adecuadamente por su tío sacerdote, fue admitido en el colegio de San Miguel, dirigido por los jesuitas, en Friburgo. Careciendo el colegio de internado, volvió a vivir con su madre, residente ya en la ciudad. De estos años de estudio, el pri– mer biógrafo, Mauricio Stadler, testimonia: «Juan Jacobo Morel em– pleó de tal manera los talentos que Dios le había dado que superó a sus condiscípulos tanto en su conducta como en el estudio». De hecho, al finalizar los cursos escolásticos, el 28 de julio de 1762, era elegido para exponer públicamente y defenderla la tesis de filo– sofía, según se acostumbraba en las escuelas de entonces. Su éxito fue lisonjero; la dirección del colegio le otorgaba la nota de «sobre– saliente cum laude». Ante sí, tenía un porvenir rico en promesas y esperanzas, pero no se dejó cautivar por ideales terrenos; siguió, en cambio, con pron– titud dócil, al Señor que lo llamaba a seguirle en la vida religiosa. Stadler anota: «Los padres jesuitas habían admirado en su discípulo su conducta ejemplar, su tesón indeclinable y sus grandes aptitudes para el estudio. Conociendo su inclinación a la vida religiosa, inten-

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