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46 «... el Señor me dio hermanos» enseñó. Y entre otras cosas aprendí de él la siguiente cancioncilla: 'Ven, ven Jesusín, que te espero./ Ven y descansa; entra en mi co– razón ingrato./ Teniendo vuestro amor y vuestro afecto,/ vivo con– tento y muero después feliz'. También me enseñó el acto de fe, . de esperanza y caridad, de arrepentimiento y propósito de la enmienda». Antonio Monteaperto, testigo ocular, describe el comportamien– to de fray Félix entre los blasfemos: «cuando por las calles de la ciudad, o en la plaza, escuchaba alguna palabra ofensiva para Dios, ·o alguna blasfemia, se arrojaba por tierra, decía tres veces el Gloria Patri, después se levantaba todo enardecido y corregía con celo al blasfemo con avisos y exhortaciones, haciéndole ver los grandes cas– tigos que Dios manda por nuestros pecados: enfermedades, cosechas estériles y otros flagelos temporales, además de castigos eternos. Sus palabras, en estas situaciones, se las dirigía a todos». El canónigo Luis Ferro atestiguó que fray Félix: «si conocía a alguna persona escandalosa, se le acercaba, y le amonestaba a corregirse... Daba sabios consejos a todo el que se los pedía, insi– nuando siempre el cumplimiento de la ley de Dios, la recta moral, y la paz». La caridad que fray Félix mostraba hacia sus semejantes, espe– cialmente los pobres y enfermos, fue definida en el proceso apostó– lico por su superior y confesor padre Macario de Nicosia como «ex– cesiva». De ella afirmaba: «ayudaba a todos, en cuanto le era posi– ble, tanto en las cosas temporales como en las espirituales, quitán– dose a sí mismo el pan · y la carne y otros alimentos para dárselos a los necesitados. Y, cuando la obediencia no se lo permitía, sufría en su corazón. Iba de un lado para otro pidiendo a los situados en buena condición ropas y otros útiles para vestir a los más pobres y para subvenir a todos. Cuando no podía, tan grande era su pena, que parecía morir». «Maravillosa era su caridad para con los enfermos, les asistía continuamente de día y de noche, sin atender a sú descanso con tal de no dejarlos solos. Andaba Roma con Santiago para conseguir lo que los enfermos deseaban y les podía aliviar». Un terciario, fray Francisco Gangi, al que asistió, depuso en el proceso: «cuando había religiosos enfermos, los asistía con una solí-
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