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44 «... el Sefior me dio hermanos» Fray Felix, emitidos sus votos, retornó a Nicosia para ejercer, dentro de la obediencia, el oficio de limosnero durante toda la vida. En el convento, sin embargo, se prestaba a cualquier trabajo: porte– ro, hortelano, zapatero, enfermero. Extendía la cuestación a las ciu– dades vecinas a Nicosia, como Capizzi, Cerami, Gagliano, Mistretta y «otros lugares, a donde su superior le enviaba». Fray Francisco Gangi, terciario capuchino de Nicosia y sacris– tán del convento, que convivió con nuestro beato depuso en el pro– ceso ordinario de 1834 que éste permaneció siempre en Nicosia, «por– que, si los superiores le hubiesen mandando a otros lugares, cierta– mente según mi parecer, se habría sublevado toda la ciudad, para no perder un religioso de tan santa vida, que ayudaba a todos en sus necesidades, tanto espirituales como materiales ... Su fama de santidad no sólo cundía entre la gente sencilla del pueblo, sino tam– bién entre la clase noble, personas ilustradas, eclesiásticos, que yo veía venir diariamente a consultarle en sus dudas y necesidades» Su oficio de limosnero lo entremezclaba con la tarea de conse– jero espiritual. Ir de casa en casa significaba, para fray Félix, embe– bido de Dios, ir de alma en alma: un apostolado realizado sólo a través de su alforja, que lo colocaba junto a los hombres para ser su guía, consuelo y maestro. El trabajo cotidiano .de recoger pan y vino y otros alimentos se transformaba en una difusión diaria de la verdad, del confortamiento y del consejo. Una testigo octogenaria, Rosario de Piazza, viuda de Gregario Pecora, de Nicosia, que había conocido a fray Félix a los dieciocho años lo describe en su figura de limosnero: «cuando caminaba por las calles de la ciudad en busca de las limosnas, con ocasión de venir a casa de mis padres para recoger la del vino o a las fincas rústicas para la de trigo, hablé con él frecuentemente ... Me exhorta– ba siempre al temor de Dios y a la devoción a la santísima Virgen». Limosnero por obediencia «ejercitaba su oficio con humildad, anda– ba con la cabeza descubierta, los ojos recogidos, y las manos cruza– das sobre el pecho. Hablaba muy poco, diciendo casi siempre lo mismo: 'sea por el amor de Dios'. En la mendicación de la limosna no era inoportuno, más bien me recuerdo que, hallándome una vez en una era de Malfettano acudió a pedir algo de trigo, y... un cam– pesino ... se negó a dársela. Fray Félix le respondió: 'sea hecha la

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