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FELIX DE NICOSIA 41 plegarias. Deseando pertenecer a esta congregación, rogó insistente– mente -hasta conseguirlo- ser inscrito en ella. Se vistió, así, de muy joven con el hábito de esta congregación que se caracterizaba por llevar un pequeño capucho franciscano. Al mismo tiempo, su fe y vida cristiana comenzó a impregnarse de espiritualidad francis– cana, recibida a través de la Orden capuchina. En los días en que trabajó con Ciavarelli -asistía cotidiamente a la santa misa- Jacobo se comportaba como lo que era ya en el fondo «un joven capuchino». En el lugar de trabajo, había ex– puesta una imagen que representaba el triunfo de la sagrada eucaris– tía. Jacobo -según depuso en el proceso ordinario de Nicosia el año 1834 un compañero suyo, Carmelo Granata, que se lo oyó con– tar a Nuncio, hijo de Juan Ciavarelli- «cuando entraba en la zapa– tería, se quitaba la gorra y saludaba después a todos diciendo: en toda hora y en todo momento sea siempre alabado el Santísimo Sacramento. Después besaba la mano de su patrón y se iba a traba– jar, en un lugar distante al de sus jóvenes compañeros ... Se mante– nía siempre con la cabeza descubierta, porque decía que Dios estaba presente en todas partes y que era necesario vivir siempre en su presencia con respeto, reverencia y verteración... Igualmente, perma– necía siempre durante el trabajo en silencio, sólo atento a su quehacer. No hacía caso a las burlas o frases picantes de sus compañeros. Y, muchos menos, a sus conversaciones frívolas o a sus expresiones equívocas. El mismo testigo, Carmelo Granata, recordó: «a las afren– tas y contrariedades provenientes de sus compañeros de trabajo, lo más que respondía era: sea por el amor de Dios. Este estribillo lle– garía a ser todo un programa a realizar en su vida. Autorizado por su patrón Ciavarelli, en cuanto oía al atardecer la campana del vecino convento de capuchinos, Jacobo interrumpía de golpe su trabajo, se arrodillaba para rezar e invitaba a los de– más, aunque continuasen en sus tareas a responder a sus oraciones, uniéndose así, en la plegaria, a los religiosos del convento. El testi– go, ya varias veces citado, refiere las palabras con que hacía dicha invitación: «Tocan a completas. Siervos de Dios, recitemos el rosa– rio a la santísima Virgen». Un día, mostró la eficacia de la oración y de la fe ante otro trabajador que, enfurecido por haber hecho un agujero en el empei-

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