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40 « .. . el Señor me dio hermanos» Zapatero de oficio Felipe Amoroso y Carmela Pirro, sus padres, quisieron que su nuevo hijo, nacido el 5 de noviembre de 1715, recibiera en el bautis– mo el nombre de un santo apóstol: Jacobo. Creciendo al lado de sus padres profundamente cristianos, Jacobo fue educado en el ca– mino del bien. Su padre en una pequeña casa ruinosa, incómoda, con poca luz y aire, tenía como oficio el de zapatero. Todos los días, encorvado sobre la mesa de trabajo, en un minúsculo cuchitril, remendaba y cosía zapatos para mantener su numerosa familia que vivía con estrecheces. Jacobo, cuando tuvo edad escolar, no tomó los libros. Com– prendió que su deber era sentarse al lado de su progenitor y a ayu– darle en el trabajo para poder con más facilidad subvenir a las ne– cesidades de la familia. De este modo, comenzó también él a ejerci– tarse en el oficio de zapatero. Felipe, cuando su hijo fue mayor, quiso que se especializase en el oficio y lo confió a Juan Ciavarelli, persona que sobresalía en él por su destreza y por la pequeña empresa que poseía y en la que trabajaban un buen número de obreros. Felipe había puesto en su hijo muchas ilusiones de cara al futuro, esperando tener en él una ayuda segura con la que levantar el nivel de vida familiar. Sin embargo, Felipe sentía, ante todo, la obligación de hacer de sus propios hijos, -por tanto también de Jacobo- buenos cris– tianos. En este tema, concedía capital importancia al buen ejemplo. Cada mañana, oración y misa en la iglesia; a la tarde, aunque estu– viera cansado, recitación del rosario en familia; los domingos los celebraba acercándose a los sacramentos y participando, en la igle– sia de la Virgen de los Milagros a reuniones y asambleas organiza– das por los capuchinos y a las que estaba adscrito. También la madre enseñaba cómo debe rezarse, cómo hablar y pensar de Dios, cómo confiar en su providencia y cómo -aunque fuesen pobres- podían hacerse obras de caridad. Jacobo, que asistía muchas veces a la reuniones semanales de la congregación de la «juventud capuchina», seguía allí con atención la lectura de la palabra de Dios, entremezclada con cantos y
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