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IGNACIO DE LACONI 37 otra vez aquella tierra tan amada, para bendecir y animar a sus gentes: un auténtico viaje apostólico, desde el 20 al 28 de agosto de 1976. Tal peregrinación resultó «un suceso religioso excepcional, una etapa luminosa en el camino de la cultura cristiana de Cerde– ña» (mons. Paolo Carta, arzobispo de Sassari), «una bella estación evangélica» (mons. Juan Pes, obispo auxiliar de Oristano). Quedó demostrado cómo el «milagroso capuchino» es todavía «venerado, y cada vez más, en toda la isla» (Gracia Deledda). La escritora sarda y premio nobel Gracia Deledda, contemplan– do una imagen de fray Ignacio, comenta: «ya anciano, quizás ciego, con el rosario, el bastón, la barba áspera, la mirada austera, no tiene nada de seráfico, continúa siendo el antiguo pastor sardo, en cuya alforja se esconde un tesoro de sabiduría y bondad». Otro escritor y artista sardo, Remo Branca, biógrafo del santo -en cuyo rostro sintetiza y esculpe el rostro típico de la población sarda, con parte de su historia de pobreza y discriminación- en el 25 aniversa– rio de la canonización, el 11 de mayo de 1976, se paró a meditar y a escribir sobre fray Ignacio: «un santo que, todavía hoy, confir– ma la verdad evangélica de que 'los últimos serán los primeros', y también que la realidad de la imitación de Cristo eleva en la Igle– sia a la gloria y a la plegaria a todos los cristianos que hayan sabido esconderse viviendo y amando a los demás tanto como a sí mismo». El analfabeto santo de Láconi, que hablaba apenas el dialecto sardo y que se presentaba con dos ojos pequeños, casi siempre tími– dos en un rostro descarnado de alabastro, llenó con su figura Cá– gliari y Cerdeña del 1700. Fue tenido como figura indispensable para una sociedad que no quería caer en la desesperanza ni darse por perdida. Pasó duran– te sesenta años como religioso de contraste y como voz de la espe– ranza que no engaña, signo de un futuro que se hace siempre pre– sente, como propuesta de valores evangélicos tomados de las biena– venturazas y vividos franciscanamente. Un hijo de san Francisco con su alforja a las espaldas y con un reclamo escatológico de un reino que está en el mundo, pero que no es de este mundo. Fue y sigue, todavía hoy, un apóstol de poquísimas pala– bras, por los caminos y en el corazón del pueblo, que hizo entender -con sus 80 años de vida- la dimensión infinita del hombre.
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