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.IGNACIO DE LACONI 33 Revelaban su humildad su celda con «el mísero lecho de desnu– das tablas, que tenía ·por almohada una piedra» y el hábito francis– cano «tosco y deteriorado por el uso que era de tela sarda», «un tosco hábito, el que quiso llevar, previo permiso de su superior, hasta la hora de su muerte, después de que en su provincia se adop– tó un tipo de tela más fina». Fue humilde hasta su muerte. Pocos días antes de ésta, ciego desde hacía dos afios, fray Ignacio se sorprendió con la presencia en su habitación del pintor don Francisco Massa, que le quería ha– cer su retrato. Lo disuadió: «No soy hombre digno de retratar: las personas viles jamás se retratan. Su memoria debe caer sepultada en el olvido». En la primavera de 1781, Ignacio fue al monasterio de Santa Clara para decir «adiós» a su hermana sor Inés, que vivía en clau– sura. Postrado, después, en el lecho de la enfermería del convento de Buen.camino el primer día de mayo, rodeado de la comunidad murió a las tres de la tarde del viernes 11 de mismo mes de 1781 «dulcemente como un niño». Las campanas recordaron la muerte de Jesús y anunciaron la del humilde Ignacio. La exaltación de fray Ignacio la hizo la población de manera inmediata, al acudir a venerar el alma del «fraile del pueblo» sardo. Y su padre superior, Antonio de Tadassuni que, en una circular del 28 de mayo de 1781 enviada a todos los conventos de la provin– cia capuchina de Cágliari, informa: «Cerró finalmente sus ojos, y fue su cadáver expuesto en la iglesia el día 12 por la mañana, des– pués de colocarlo en una capilla y cerrar con llave ésta para impedir los asaltos de tanta gente como había acudido. Pero esto último no fue posible, porque, no obstante los soldados, una vez abiertas las puertas, unos le besaban la mano, otros con ternura los pies; y se creía dichoso quien lograba tocar el rosario en aquel feliz expo– lio; el júbilo y la tristeza aparecía en el rostro de todos, envidiando con afectuosas lágrimas la vida y la dulce muerte tenida por el reli– gioso fallecido ... «No fue de las últimas la piedad mostrada por el religiosísimo príncipe conde Valperga de Masino, nuestro dignísimo virrey, que acompañado de mucha oficialidad y de muchos caballeros, entró en . la capilla y examinó atentamente el cuerpo de nuestro hermano difunto.

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