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IGNACIO DE LACONI 29 para producir risa: mendrugos de pan, higos resecos, flores marchi– tas, cachos de limón, un huevo cocido ... Resultaban medicamentos portentosos. Para las esposas, fuesen de la gente humilde o de la nobleza, intranquilas por su próxima maternidad, el limosnero tenía una palabra de fe que las serenaba y extrañas medicinas que asegu– raban un parto feliz. Mostró singular ternura por las parturientas. Dio ánimos segu– ros para que la vida nueva fuese acogida, con palabras titubeantes, mal pronunciadas, pero repletas de fe y confianza. Un testigo dice: «A las mujeres que estaban encinta, cuando deseaban alguna fruta fuera de su tiempo, en donde había peligro de aborto, buscaba la fruta en la manga de su hábito ... y la ofrecía tan fresca y madura, como si hubiese sido recogida en aquel momento del árbol». Implo– raba, y obtenía de Dios, para las mujeres de . parto reciente la leche con que debían cumplir sus primeras obligaciones de madres. Si a su paso florecían los milagros, todavía más y primero florecía la · fe. Los leprosos informan que fray Ignacio «solía decir 'primero morir que perder la fe'... Daba gracias a Dios por haber nacido de padres católicos y por haber aprendido de ellos los miste– rios de la santa fe... Daba igualmente gracias a Dios por haberle traído a la fe en el santo bautismo y a la religión en esta Orden de san Francisco... Repetía, con frecuencia, los actos de fe, de espe– ranza y de caridad, y con sumo fervor los inculcaba a sus hermanos en religión... se los hacía recitar a los enfermos que visitaba... Ins– truía en el catecismo a los niños, exhortando, según la opor– tunidad, a rogar a Dios por la exaltación de la Iglesia y por la dilatación del cristianismo; cuando se allegaba a las casas para la limosna y visitaba a los enfermos, hablaba de los misterios de la fe, así como de la pasión y muerte de nuestro señor Jesucristo, de su encarnación... Frecuentemente expresaba su ardiente deseo de que todo el mundo fuese católico y se convirtiese a la adoración del verdadero Dios creador y redentor; y por el contrario, le desa– gradaba que tantos infieles, herejes y cismáticos no estuviesen en el seno de la Iglesia, por los que sin embargo rezaba para obte– ner su conversión... Por las calles, entretenía a los muchachos educándolos en fa doctrina cristiana y los animaba con pequeños regalos, ·trozos de pan, higos secos y cosas semejantes, y los exhor-
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