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MÁRTIRES CAPUCHINOS DE ESPAÑA 369 conducidos a la iglesia de los jesuitas, convertida en cárcel, y allí, con bastantes más detenidos, pasaron días de angustia, de privacio– nes y de oración en espera del martirio. Finalmente el 14 de agosto, confundidos entre un nutrido grupo de prisioneros, fueron llevados al cementerio de Jove. Absueltos por el padre Arcángel, murieron fusilados al grito de «¡Viva Cristo Rey!». Fray Eustaquio, que en aquel día había logrado librarse, encontró la muerte en la noche entre el 30 y 31, en lugar desconocido. A la misma fraternidad de Gijón pertenecía el padre Domitilio de Ayoo, de 29 años, que al comienzo de la revolución se hallaba predicando fuera del convento. Detenido el 3 de agosto y metido en la cárcel, en Candás, se negó a quitarse el santo hábito, que mantuvo casi hasta el final de sus días. Después de medianoche del 4 de septiembre, se le obligó a subir a un camión junto con otros 22 detenidos; antes de atarle las manos, el padre Domitilio dio a uno de los custodios su reloj, como signo de paz y de perdón. Lle– gados al cementerio de Peón, pidió descender el último, a fin de poder dar la absolución a sus compañeros, uno por uno. Todos murieron gritando: «¡Viva Cristo Rey! ¡Viva España!». En la provincia de Santander (hoy Cantabria), a la derecha de Asturias, los capuchinos tenían dos conventos: uno en la ciudad y otro en Montehano, cerca de Santoña. La persecución religiosa tar– dó un poco en manifestarse. En efecto, los capuchinos de Santander abandonaron el convento el 3 de agosto de 1936, siendo encarcelado solamente uno de ellos, el superior, padre Ambrosio de Santibáñez, de 48 años. Llevado a la nave-prisión «Alfonso Pérez», anclada en el puerto, pudo desarrollar un intenso apostolado entre sus compa– ñeros de cárcel. El 27 de diciembre, como respuesta al bombardeo de la ciudad de parte de los nacionales, la nave-prisión fue asaltada por un gentío enfurecido. Los prisioneros, llamados por su nombre, subieron al puente y allí los fusilaron. Terminada la lista, los mili– cianos bajaron a la bodega en busca de otras víctimas. Uno de ellos dijo al padre Ambrosio: «Arriba tú también, que tienes cara de cura». El padre Ambrosio confesó que era efectivamente sacerdote capuchino, y recibida la absolución de otro sacerdote, sereno y tran– quilo subió al puente donde recibió la descarga fatal. La comunidad del convento de Montehano, compuesta de 36

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