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MARTIRES CAPUCHINOS DE ESPAÑA 367 algunos detenidos que estaban a la espera de la muerte, junto con los cuales fue llevado al hipódromo y acribillado en las primeras horas de la mañana. En lugar desconocido de Madrid, el 24 de septiembre, fue fusi– lado el terciario perpetuo Norberto Cembranos, de 45 años; hacía seis años que prestaba su servicio humilde y silencioso en el conven– to de El Pardo. Detenido en una pensión junto con otro religioso, confesó -y era verdad- no ser fraile; pero no le creyeron y por esto fue condenado a muerte. Aunque no era religioso, se cuenta entre los otros mártires capuchinos de Madrid y de El Pardo. Nos encontramos ahora ante el único mártir capuchino que fue condenado a muerte por un tribunal de alguna manera instituido por el gobierno republicano. Hablamos del padre Ramiro de Sobradi– llo, de 29 años, vicesecretario provincial y encargado de la cateque– sis de los niños en la iglesia del convento de Madrid. El 15 de octu– bre de 1936 le sacaron de la casa de sus familiares porque era reli– gioso. Los milicianos, después de una simulación de fusilamiento, le llevaron a una de tantas cárceles políticas de la capital. El 25 de noviembre fue llamado a responder ante uno de los llamados tribunales populares, de reciente fundación, en donde se le pidió que revelase el escondrijo del provincial y de otros religiosos y si estaba dispuesto a defender la república con las armas. Habiéndose negado a responder, fue condenado a muerte; en los tres días si– guientes se dedicó a prepararse para el martirio, que estimaba como la mayor gracia que el Señor pudiera concederle. A las tres de la madrugada del 27 sacaron de la cárcel a 90 prisioneros -militares, civiles, sacerdotes y religiosos-, entre ellos al padre Ramiro y los fusi– laron en Paracuellos del Jarama -triste lugar por sus ejecuciones en masa-, al borde de una inmensa fosa excavada para tal efecto. El caso del padre Carlos de Alcobilla vale para demostrar cómo, contra la proximidad del martirio, de nada sirve la prudencia y la astucia humana. De 34 años, profesor del seminario seráfico de El Pardo, hombre de refinado gusto artístico y de gran habilidad para las artes mecánicas, el día del asalto del convento consiguió llegar a Madrid, logrando refugiarse en casa de una familia amiga, la cual le envió en los primeros días de agosto a su establecimiento de El Escorial, como radiotécnico. Su irreprensible conducta moral y su

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