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364 «... el Señor me dio hermanos» si tuvo tiempo para llevarse un pequeño crucifijo y para pedir la absolución a un sobrino suyo sacerdote. A pesar de sus protestas de no haber causado nunca mal a nadie, no perdió su habitual sere– nidad y dejó que los milicianos le llevaran fuera de la ciudad, don– de en la misma noche fue masacrado. El 12 de agosto, entre las ruinas del cuartel de la Montaña en la capital, fue fusilado el padre Fernando de Santiago, de 63 años, también del convento de Madrid. Había entrado en la Orden después de haber terminado los estudios de abogado y desde 1908 hasta 1917 fue secretario para la lengua española en la curia general de la Orden, donde posó como modelo para el cuadro del martirio de san Fidel de Sigmaringa -también abogado-, pintado por G. Szoldatics para colocarlo en la iglesia del colegio internacional de vía Sicilia. En 1922 fue nombrado secretario provincial, cargo que, junto con el de definidor, desempeñó hasta el final de su vida. De– tenido por los milicianos en la casa de huéspedes donde, con otros religiosos capuchinos, llevaba una vida de convento y arrastrado a una de tantas checas clandestinas, depués de haberse declarado sa– cerdote capuchino, fue vilmente asesinado. El 16 caía el padre Alejandro de Sobradillo, de 34 años, supe– rior del convento de El Pardo, residencia también del seminario seráfi– co con más de un centenar de alumnos. Cuando el 21 de julio los mi– licianos asaltaron el convento, el padre Alejandro, con lágrimas en los ojos, rogó que no tocaran la vida de los religiosos y de los muchachos y que respetasen la iglesia y el convento. Los religiosos fueron llevados a un cuartel y, creyendo que había llegado la última hora, el superior impartióles la absolución sacramental y como pre– paración inmediata a la muerte, leyó la pasión del Señor según san Juan. No sucedió así porque los religiosos pronto fueron traslada– dos a Madrid, a la dirección de la Seguridad pública, y el día 25 quedaron en libertad. Siempre con la amargura del corazón por el riesgo de sus religiosos y muchachos, el padre Alejandro vivía in– merso en oración casi continua, refugiado en casa de una piadosa familia. El 15 de agosto, fiesta de la Asunción, le sacaron los mili– cianos, quienes le buscaban precisamente por ser superior de El Par– do. Su cadáver, con el rostro horriblemente desfigurado, fue recogi– do al día siguiente en una calle de la ciudad.

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