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358 « ... el Señor me dio hermanos» Justamente en la fiesta de Todos los Santos, junto al cemente– rio de la Pobla de Claramunt, asesinaron al más joven de los márti– res capuchinos españoles, fray Edualdo de Igualada, de 18 años, estudiante de filosofía en Sarriá. La noche anterior había sido apre– sado en la humilde casa de sus padres, a quienes ayudaba trabajan– do en una fábrica. Se lo llevaron con la acostumbrada excusa de un interrogatorio y fue condenado a muerte únicamente por motivo de su profesión religiosa. En otro cementerio, el de Montcada-Reixach, al norte de Barce– lona, el 21 de noviembre fue fusilado el padre Alejandro de Barce– lona, de 26 años, predicador del convento de Olot. El 21 había podido celebrar las santa misa, su viático para la eternidad. Descu– bierto por los anarquistas junto con otro sacerdote, después de dar– se mutuamente la absolución, en la noche los mataron con otros dos seglares más. El 19 de diciembre, en el mismo cementerio, fue asesinado el padre Martín de Barcelona, de 41 años, conocido escritor y director de la revista Estudis Franciscans. Buscado con sumo interés por los milicianos, sin embargo, su actividad como erudito investigador le había ayudado a mantenerse de incógnito durante largos meses. Fi– nalmente, descubierto por los revolucionarios, le mataron de un tiro de revólver en la sien, juntamente con su compañero de hospedería el padre Doroteo de Vilalba, de 28 años, lector de teología en el convento de Sarriá, arrestado mientras leía el santo Evangelio en el apartamento donde llevaba una vida de intensa oración. El 24 de enero de 1937, cuando en la zona roja ya se notaba cierta disminución en la caza del hombre, un grupo incontrolado de anarquistas ponía fin, en el cementerio de Cerdanyola, a la fe– cunda vida religiosa del padre Remigio de Papiol, de 52 años, mi– sionero durante muchos años en Costa Rica, enérgico polemista contra los protestantes por medio de la pluma y, en su patria, conocido escritor de mística y muy devoto de santa Teresa del Niño Jesús. En su pequeño apartamento de Barcelona hacía oración, dirigía a las almas, confortaba con la confesión y la eucaristía a fugitivos y ocultos. Con él también murió el estudiante de filosofía fray Pa– ciano María de Barcelona, de 20 años, infatigable portador de la eucaristía a religiosos y seglares obligados a vivir escondidos.

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