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356 «... el Señor me dio hermanos» del padre Anselmo de Olot, de 58 años, del convento de Tarragona, que había sido misionero en Colombia. A pesar de los malos tratos a que fue sometido por parte de los milicianos, no quiso revelar la dirección de la familia que le había hospedado; enfurecidos, aca– baron usando una crueldad inaudita. A medianoche del 19 de agosto, en el cementerio de Lérida, caía asesinado, acompañado de un numeroso grupo de sacerdotes y laicos, el padre Tarsicio de Miralcamp, de 24 años, profesor del seminario seráfico de Igualada, ordenado sacerdote el año anterior. Llamado a filas, logró obtener un puesto entre los oficiales milita– res; pero después se supo que era religioso e infundadamente le acu– saron de haber distribuido cigarrillos con veneno entre los soldados que marchaban al frente y por eso fue recluido en la cárcel provincial. El día 20 correspondía el turno al guardián de Sarriá, padre Benigno de Canet de Mar, con 56 años de edad y 17 de misionero en Colombia. Se había refugiado con siete religiosos más en un mo– desto apartamento y el 21 de julio, en el curso de un registro practi– cado por los milicianos rojos, impartió a todos la absolución sacra– mental. Luego buscó alojamiento en una pensión pública presentán– dose como viajante. Al oscurecer del 19 de agosto fue detenido por una patrulla de anarquistas y sometido a largo interrogatorio, con miras a cogerle no se sabe en qué secretos puesto que era definidor, guardián y ecónomo provincial. Por motivo de su profesión religio– sa y de su silencio fue condenado a muerte y asesinado en la carre– tera de Horta. El 23 del mismo agosto de 1936 era el último día del padre Vicente de Besalú, de 56 años, predicador del convento de Olot. Obligado a abandonar el convento, escogió la vida de asceta itine– rante, bien por su innata tendencia al eremitismo, bien para huir de la persecución. Errante por campos y montes, oraba, leía, canta– ba, ayudaba a los paisanos por un mendrugo de pan. Habiendo sido delatado ante el comité revolucionario de Las Planas, confesó ser fraile capuchino. Por esto se le burlaban en medio de una era; pero él, teniendo en la mano la corona, rezaba o amonestaba a la gente en cantidad, ávida de novedad o apenada. A primeras ho– ras de la tarde fue llevado a un lugar apartado y le fusilaron; des– pués rociaron el cadáver con gasolina para quemarlo.

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