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IGNACIO DE LACONI 25 Buencamino de Cágliari, adscrito a la cocina y a la sastrería, en cuya labor pasó los primeros veinte años de religioso, revelándose como hombre de silencio, «siempre muy discreto en el hablar». De la sastrería, en cuyo oficio no parecía ser muy diestro -ase– guran algunos testigos-, siempre permaneciendo en el convento de Buencamino, pasó a ejercer de limosnero, con su alforja a la espal– da. Contaba entonces cuarenta años. Y hasta su muerte, durante otros cuarenta años, ocupó siempre este cargo. Puede tratarse de «una fortuita coincidencia de tiempo», no ajena a «una misericordiosa y divina complacencia» -fue observado por Pío XII, el 27 de marzo de 1951, en la promulgación del de– creto en que se aprueban los milagros propuestos para la cano– nización del beato Ignacio- los cuarenta años empleados en un car– go de obediencia por los hermanos no clérigos capuchinos que han entrado en la hagiografía católica: los cuarenta años de limosnero de san Félix de Cantalicio en Roma; de san Crispín de Viterbo, en Orvieto; de los beatos Bernardo de Corleón y Félix de Nicosia, en Sicilia; de san Francisco M~ de Camporosso, en Génova; los cuarenta años de portero de san Conrado de Parzham, en Altoting. Así fue visto por la gente sencilla y la clase alta, fray Ignacio durante cuarenta años. Lo describe José Capicciola, testigo cagliari– tano de más de 80 años: «rememoro cómo yo le vi con mis propios ojos: el venerable siervo caminaba siempre con los ojos bajos, sin jamás entretenerse en mirar curiosidad alguna; llevaba consigo siem– pre en la mano el rosario; los chiquillos corrían junto a él que les daba pan; cuando pasaba, la gente adoptaba una actitud de respeto y veneración apenas lo veían y, si algunas personas litigaban entre sí, callaban enseguida por respeto a él». Por haberlo oído describir a religiosos que habían convivido con fray Ignacio, fray Damián de Neoneli nos transmite su estilo de limosnero: «cuando veía que la limosna que le ofrecían la necesi– taban más los donantes, la rechazaba cortesmente, diciendo: 'con– servad la limosna de momento para vosotros; ya me la daréis otra vez, cuando os la pida'. Al hacer la cuestación, se contentaba con sólo io necesario para la familia religiosa, lo superfluo lo aceptaba para no desagradar a los devotos, pero una vez llegado al convento

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