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340 « .. . el Señor me dio hermanos» Por Italia, apenas entrada en guerra, reza: «Vayan dirigidas nues– tras plegarias, sobre todo, a desarmar la cólera divina para con nuestra patria ... aprende, al menos ... cuan dañoso es para las naciones ale– jarse de Dios» (7 septiembre 1914). Se ofrece víctima cada día por los pobres pecadores, «otros tantos Lázaros» y se lamenta: «Por tanto, ¿no ha sido grato al Señor el holocausto que yo le había hecho y todavía lo vengo haciendo de toda mi persona?» (17 octubre 1915). Hay que pensar que puede ser este el momento en el que el padre Pío conquista ante Dios el derecho a la «clientela mundial». Pero precisamente cuando se siente «descendido al infierno des– de esta vida» (31 enero 1918), se lamenta dolorosamente: «Estoy perdido, sí, estoy perdido en lo desconocido» (4 junio 1918) y, en la carta del anonadamiento total del 19 de junio de 1918, se acusa de «no tener ni la caridad hacia Dios ni caridad hacia el prójimo» y se siente «abandonado de Dios» y «a punto de naufragar», el padre Pío es objeto de una nueva gracia maravillosa de Dios: el toque sustancial o beso de amor. Esto sucedió el 30 de mayo de 1918 festividad del Corpus Christi y, probablemente se repitió también el mes siguiente el 29 de junio, fiesta de los santos apóstoles Pedro y Pablo. «Me sentí totalmente agitado, me llené de un terror extremo y me faltó poco para morir; después me vino una completa calma jamás antes experimentada por mí. Todo este terror, agitación y calma que se sucedían la una a la otra, fue causado en mí no por la vista sino por algo con lo que me sentí tocado en la parte más secreta e íntima del alma. No puedo decir más cosas sobre este acon– tecimiento». Pero, apenas descrito este toque sustancial del alma por parte de Dios, el padre Pío señala un hecho simultáneo: «Du– rante este acontecimiento me llegó el momento de ofrecerme todo entero al Señor con la misma finalidad que tenía el Santo Padre (cfr. Motu proprio Quartus iam annus, de Benedicto XV, de 9 de mayo de 1918 en el cual se pide una misa propiciatoria por la paz) al recomendar a la Iglesia entera el ofrecimiento de oraciones y sa– crificios» (27 julio 1918). La experiencia mística del padre Pío revela claramente la unión indisoluble entre el amor de Dios que penetra el alma y el amor del

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